viernes, 29 de abril de 2011

miércoles, 27 de abril de 2011

Semana santa linarense

Darkened

I’m the one that loves you in the dark, far away from light, in the middle of the stupid mass.

martes, 26 de abril de 2011

lunes, 25 de abril de 2011

Cuando termina abril

Mi nariz de cocainómana sinestésica aspira el sudor de tu hombro izquierdo, mientras tus dedos de Chopin acarician las teclas del piano de mi columna vertebral. Nuestros labios suicidas recitan versos sangrantes de poetas tuberculosos, inmortalizados por los hijos de los críticos literarios que los sepultaron en vida. Tus pulmones colapsados por el humo de mis esperanzas más vanas tosen las palabras inhaladas con el vapor de agua de primera hora de la mañana. Ya no queda nada que merezca la pena conservar. Todas las verdades se perderán sin rechistar cuando decidamos huir sin mirar atrás. Ya no queda nada que merezca la pena conservar. Sólo ese momento quemado al viento. Sólo ese instante de unión sin comunión y victoria sin rendición. Sólo tu olor y mi canción encerrada en el cajón. Sólo el adiós sin compasión cuando el sol aún no ilumina la habitación. Sólo Keats cuando termina abril. Sólo Bécquer sin clarinete. Sólo un aria sin prima donna y una obertura que se convierte en final inesperado de todo lo no recitado. Nada que merezca la pena conservar. Sólo dos almas que vuelven a naufragar.

Semana Santa linarense

domingo, 24 de abril de 2011

El cajón de la ropa interior

Hace frío dentro del cajón, pero la ropa interior que lo habita no sabe expresarlo con palabras. Fuera, su dueña se calienta bajo un nórdico de plumón de oca húngara, pero dentro de la cómoda no existen edredones ni mantas y las bragas y los sujetadores tiritan durante toda la noche. Antes, el tacto de sus dedos generaba una corriente eléctrica de alto voltaje que los mantenía a una temperatura caribeña durante varias semanas, pero son muchos los meses que han pasado desde la última vez en que fueron rozados por las palmas abiertas de sus manos. Ahora ella ha desterrado el negro y el rojo, los tangas y los ligueros, el raso y los encajes y sobrevive a base de bragas monacales y sujetadores prenatales; mientras, los descartados y olvidados se congelan en la soledad de la madera que controla su libertinaje y libidinosidad.

Semana Santa linarense

sábado, 23 de abril de 2011

Tres céntimos (VI)

Tras el entierro, el padre de Mónica ahogó los aullidos de su corazón en dos litros de Jack Daniel’s, mientras las gigantescas facturas médicas del último medio año estrangulaban sus, hasta entonces, abultadas cuentas corrientes. Poco le importaba estar en bancarrota. La vida de su hija valía todo el dinero del mundo, aunque los millones gastados no hubieran servido para salvarla.

Nunca supo que los antibióticos que decidió enviar a Camerún habrían salvado la vida de Akeem y que, de haber sobrevivido a esa neumonía, Akeem habría conocido a la hermana Agnes el 4 de febrero de 1.995. Esta incansable monjita de 27 años habría intuido el gigantesco valor de la vida de Akeem y no habría parado hasta conseguir que una familia estadounidense lo acogiera durante los meses de verano. Bueno, en realidad la hermana Agnes consideraba que cualquier vida tenía un valor gigantesco y luchaba con uñas y dientes por rescatar a los más desahuciados. En EEUU, Akeem no sólo habría aprendido a leer y a escribir, a multiplicar y a dividir o a resolver ecuaciones de primer grado; sino que uno de sus profesores, intrigado ante la facilidad con que Akeem aprendería cualquier cosa que decidiera enseñarle, se habría aventurado a medir su cociente intelectual, descubriendo su impresionante 220. A partir de ahí todo habría sido fácil y sencillo. La educación primaria le habría sido impartida en un par de meses, la secundaria en menos de un año, las siete carreras universitarias por las que se habría interesado las habría cursado en menos de un lustro. Finalmente se habría decantado por la investigación científica. En 2.014 habría ganado el Premio Nobel de Medicina, tras descifrar el mecanismo del cáncer y hallar la cura para esta despiadada enfermedad. En 2.015 volvería a ganar este renombrado premio tras descubrir la vacuna para evitar el desarrollo de cualquier tipo de cáncer. Antes de morir a los 87 años de un infarto cerebral, sus descubrimientos científicos le habrían hecho merecedor del Premio Nobel en 17 ocasiones más.

Desgraciadamente, Akeem murió de neumonía el 10 de diciembre de 1.994 por falta de antibióticos y hubo que esperar al 2.144 para poder afirmar, sin ningún género de duda, que la humanidad había vencido a la enfermedad del siglo XXI. Lástima que para entonces ya hubiera surgido la enfermedad del siglo XXII.

Mucho antes de eso, el 7 de diciembre de 2.017, murió, alcoholizado y arruinado, el padre de Mónica. Hasta el último instante siguió creyendo que su hija valía todo el oro del mundo. Nunca supo que salvar su vida le habría costado tres céntimos.

FIN

Semana Santa linarense

Microexpresión

Me gusta lo que dices sin decir nada, con tu indescifrable mirada, sin mover un músculo de la cara.

jueves, 21 de abril de 2011

Tres céntimos (V)

El 10 de diciembre de 2.010, Mónica contrajo matrimonio con Andreu. La ceremonia religiosa se ofició en la basílica de la Mercè de Barcelona y el opíparo banquete posterior tuvo lugar en una masía situada a pocos kilómetros de la ciudad condal. Acudieron 567 invitados y el padre de Mónica consideró que su hija bien valía los casi 100.000 € que se gastó en celebrar por todo lo alto tan insigne día.

El 6 de enero de 2.016, después de ser ingresada de urgencias en el Hospital Clínico de Barcelona, a Mónica le fue diagnosticado un cáncer de páncreas con metástasis en el pulmón, hígado, estómago e intestino. No le dieron más de dos semanas de vida. No era un buen regalo de Reyes. No era un buen regalo de cumpleaños.

El padre de Mónica no dudó en pagar astronómicas sumas de dinero para trasladar a su hija al MD Anderson Cancer Center de Houston, donde recibió los más avanzados tratamientos y cuidados médicos. Vivió seis meses más de lo inicialmente pronosticado. No pasó ni un solo día en que no deseara morir para aniquilar sus inconmensurables sufrimientos, pero siguió luchando hasta que no le quedaron fuerzas para continuar viviendo. Estaba dispuesta a soportar cualquier dolor físico, si con ello podía evitar el dolor que su muerte provocaría a su progenitor; pero, finalmente, su destrozado cuerpo optó por rendirse ante lo inevitable.

Semana Santa linarense

miércoles, 20 de abril de 2011

Tres céntimos (IV)

El 29 de noviembre de 1.994, el padre de Mónica, alto directivo de una famosa compañía farmacéutica, decidió enviar la última remesa de antibióticos caducados a Camerún, en lugar de a Nigeria. El país elegido como destino de los medicamentos desechables pagaba tres céntimos más por caja. Nunca se preocupó de los nigerianos que morirían por la falta de las medicinas más básicas.

El 7 de diciembre de 1.994, después de casi un año realizando trabajos esporádicos que apenas le permitían subsistir, Akeem contrajo una fuerte neumonía que, tres días después, acabó con su mísera existencia.

La doctora de Médicos sin Fronteras que atendió a Akeem el 9 de diciembre dijo que no había nada que hacer sin los antibióticos que se le habían acabado tres días antes y que nunca fueron repuestos al no poder pagar por ellos los tres céntimos más que ofertaba Camerún. Tras certificar la muerte de Akeem, la doctora lloró de rabia ante su impotencia para curar a quien jamás habría fallecido de haber nacido fuera de África. Era tremendamente injusto que la vida de un chaval que aún no había cumplido los catorce años costara tres céntimos y, más injusto aún, que nadie hubiera podido pagarlos y que quien podía hacerlo no se hubiera molestado en desembolsarlos.

Semana Santa linarense

Consejos lunáticos (III)

No desees deseos contradictorios. Podrían hacerse realidad al mismo tiempo y explotar todo tu mundo.

martes, 19 de abril de 2011

Semana Santa linarense

Anuncios lunáticos (IV)

Aprendiz de Sherlock Holmes busca lupa de alta precisión que le permita descubrir las conexiones ocultas entre hechos aparentemente desconectados y las huellas de amores supuestamente olvidados.

lunes, 18 de abril de 2011

Tres céntimos (III)

Mónica fue siempre una alumna aventajada, la primera de la clase, dueña de un expediente académico inmaculado y brillante. Aprendió a leer con sólo cuatro años, a multiplicar y dividir con cinco, a escribir sin faltas de ortografía con seis y resolver ecuaciones de primer grado con siete. A los ocho hablaba fluidamente inglés, francés y alemán, además de castellano y catalán, y a los nueve era capaz de escribir largas redacciones en cualquiera de estos idiomas. A los diez terminó la carrera de solfeo y a los once daba pequeños recitales de piano, interpretando magistralmente cualquier composición de Chopin. A los doce ganó su primera olimpiada matemática y a los trece su segundo certamen literario. Su padre siempre supo que era una auténtica superdotada. Su 140 de cociente intelectual no hizo más que confirmar esa segunda certeza.

Akeem nunca fue alumno de nadie, porque en su aldea no había escuela a la que acudir ni profesor del que aprender. Si hubiera estado interesado en asistir a clase habría tenido que recorrer a pie los cinco kilómetros que separaban su hogar del centro escolar más cercano, pero no pagan por estudiar y sí por trabajar y Akeem optó por lo segundo para poder colmar de vez en cuando un estómago lleno de huecos. A los cuatro años recorría a pie los tres kilómetros que separaban el chamizo en el que vivían de la fuente más cercana y volvía cargado con un cántaro rebosante de agua que cualquier habitante del primer mundo habría calificado como no potable. A los cinco recorría a pie los siete kilómetros que separaban su hogar de la plantación de cacao más cercana, donde trabajaba dos o tres horas antes de volver a casa. A los seis años su jornada laboral se amplió a cinco horas diarias y a los siete trabajaba tantas horas al día como años de vida tenía. A los ocho años había días en que estaba tan agotado y hambriento que no tenía fuerzas para volver a casa y dormía en el suelo de las inmediaciones de la plantación. A los nueve años comenzó a trabajar seis días a la semana en una de las escasas fábricas existentes en la zona. Su día de descanso lo empleaba en andar los 15 kilómetros que le impedían ver a su madre todos los días. A los diez años, Akeem comenzó a ganar un dólar y medio diario a costa de suprimir su descanso semanal y empezó a tener fe en una vida mejor. A los once, Akeem fue despedido de la fábrica por quedarse dormido cinco minutos mientras hacía unas horas extra. A los doce años volvió a trabajar en la plantación de cacao, de donde lo despidieron nada más cumplir los trece. Los niños de cinco y seis años cobraban menos y nunca se quejaban, mientras que Akeem había empezado a denunciar las injusticias y abusos que contemplaba cada día. Su madre siempre supo que era distinto a los demás, que su sabia mirada encerraba todas las claves necesarias para descifrar el universo, pero nadie constató nunca que ese malnutrido cerebro tenía un cociente intelectual de 220.

Semana Santa linarense

Consejos lunáticos (II)

No pienses que quien ríe mucho es feliz. Todos los payasos lloran por dentro.

domingo, 17 de abril de 2011

Tres céntimos (II)

Mónica tuvo una infancia feliz y opulenta, llena de juguetes, cuentos de hadas, películas de Disney y galletas de chocolate. Su padre le procuró no sólo todo aquello que necesitaba, sino también todo aquello que podría llegar a desear mínimamente.

Akeem tuvo una infancia mísera y paupérrima, llena de hambre, sed, suciedad y balones de fútbol hechos con trapos. Su madre, incapaz de comprarle lo imprescindible para satisfacer sus necesidades más básicas, trataba de alimentarlo con besos, caricias, abrazos y palabras de amor susurradas al oído justo antes de cerrar los ojos para tratar de dormir, ignorando los rugidos de un estómago casi vacío.

Semana Santa linarense

Corolario de la quinta ley de la química lunática

Todo rey busca una reina a la que coronar con una pesada e insostenible cornamenta.

sábado, 16 de abril de 2011

Tres céntimos (I)

Mónica nació en la Clínica Quirón de Barcelona, el 6 de enero de 1.981. Nada más verla, su padre supo que era el mejor regalo de Reyes que tendría nunca. Los años posteriores no hicieron más que confirmar esa primera certeza.

Akeem nació en uno de los chamizos más pobres de una de las aldeas más subdesarrolladas de Nigeria, un día indeterminado del mes de enero de 1.981. Nada más verlo, su madre supo que había traído al mundo una boca a la que no podría alimentar. Los años posteriores no hicieron más que confirmar esa primera certeza.

Semana Santa linarense



Y mañana, por fin, empieza todo.

Quinta ley de la química lunática

Sólo los que se creen reyes llaman reinas a sus mujeres.

martes, 12 de abril de 2011

Semana Santa linarense



Menos de una semana.

Anuncios lunáticos (III)

Mujer de enorme personalidad busca gigante mitológico que la haga sentir liliputiense.

miércoles, 6 de abril de 2011

Saltar en horizontal

El dolor es demasiado grande para encerrarlo en una pompa de jabón. La rabia se escapa por todos los poros de tu piel y el deseo de echar a correr comienza a propulsar tus estáticos pies. Gritas a la nada que esta vez no te quedarás parada; pero, en realidad, la marcha fue cancelada. El precipicio está demasiado cerca. Contemplas el otro lado, la tierra prometida, las aguas cristalinas, las flores matutinas. Sueñas con saltar, pero no te atreves a hacerlo en horizontal, sino que te conformas con la verticalidad. Arriba y abajo, nunca adelante, siempre en la misma parte. Aunque puede que un día todo cambie, que reptes hasta el fondo del valle y y escales la rocosa pared que te conduzca hasta donde todo lo que deseas puede ser, el sitio donde las pompas de jabón son capaces de encerrar el más gigantesco dolor y donde tu corazón no sufrirá un nuevo apagón.

domingo, 3 de abril de 2011

Charada

Inventemos un idioma que nadie más comprenda, un código morse de pestañeos mortecinos y repiqueteos compulsivos, unos labios que susurren palabras impronunciables, jeroglíficos sin piedra de Rosetta ni traductor simultáneo que encripten los sentimientos que nadie más entiende. Aunque puede que ya lo hayamos inventado, casi sin darnos cuenta, la primera vez que nos miramos de soslayo y comprendimos lo que nunca antes habíamos pronunciado.