miércoles, 14 de agosto de 2013

De la mortalidad de los astros y otros desastres interestelares

En las noticias dicen que el campo magnético del Sol se invertirá en los próximos meses. Es parte de su ciclo. Todos miran asombrados las pantallas, mientras tipos trajeados que no son ni de letras ni de ciencias recitan como papagayos las consecuencias que el astronómico acontecimiento tendrá sobre la Tierra. Yo cierro los ojos, tratando de visualizar la cara oculta de la Luna, ésa que nunca citan en los telediarios, probablemente porque no fue pisada por Neil Armstrong. Hace tiempo que dejó de interesarme todo esto. El Sol quema. La Luna enfría. Mis ojos son estrellas muertas cuya luz aún se atisba en las noches sin nubes. El despertador atrasa sus agujas para regalarnos dos minutos que sean sólo nuestros. Te preocupa que las brújulas ya no sean capaces de orientar a los perdidos. Poco importa saber dónde está el Norte si no tienes claro hacia dónde te diriges. Me abrazas mientras tiemblo. No temas. Todo irá bien. Mastico los últimos segundos que nos quedan antes de que una lluvia de asteroides resucite a los dinosaurios que duermen congelados en el fondo de la Antártida.

domingo, 11 de agosto de 2013

Accidentes (II)

Quiero cagarla contigo, meter la pata hasta el fondo, apretar el acelerador y llegar hasta el punto de no retorno. Necesito que no haya vuelta atrás, cometer un error que no se pueda arreglar, hundirme con todo el equipo y no ser capaz de volver a flotar. Quiero que tú seas la piedra que me ancle al fondo del mar, la losa que me sepulte en vida, impidiéndome respirar, el epitafio que rubrique mi prematuro final. Abrázame y susúrrame al oído los mil millones de motivos por los que ni puedo ni debo estar contigo. Necesito ser plenamente consciente de mi completa y absoluta equivocación, asesinar todas las excusas que me descargan de responsabilidad, que no haya ni la sombra de una duda acerca de mi culpabilidad. Saltar y morir. Permanecer entera y no vivir. Sé que, sin mí, tú sí puedes existir. Soy yo la que fallece cuando me alejo de ti.

jueves, 8 de agosto de 2013

Hambre (II)

Como mucho. Demasiado. Por eso siempre me ha preocupado que mi cuenta bancaria no estuviera a cero a final de mes, porque sin dinero no se puede comprar pan y, sin pan, se pasa hambre. No quiero robar para poder llenar el estómago y, sin embargo, todos los días te birlo las horas que debería dedicarte, malgastándolas en tareas presuntamente productivas que, en realidad, no generan nada, sólo billetes y monedas que vuelan nada más tocar mis manos. Pero tú no abres la boca. No te quejas, no me gritas ni reprochas todos esos días que paso lejos de tu lado. Sólo esperas pacientemente a que llegue ese supremo instante en el que la elección deje de existir, ese excelso momento en el que no tendré más remedio que entregarme a ti en cuerpo y alma y, abandonada al abrigo de tus brazos, ya no escucharé los rugidos de mis tripas, porque ya no habrá vacío que necesite ser llenado con mendrugos adquiridos con mi lento suicidio cotidiano, ni alimentos que sostengan mis insomnios para no caer redonda al suelo durante el día. Sólo tú regirás mi vida y moriré cuando tú y nadie más lo decida, porque, saciada la sed de eternidad, ya no necesitaré masticar estas hebras de realidad cortocircuitada. Lo siento, aunque no quiero, me arrepiento de la indeleble persistencia de las manchas de este vómito.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Tormentas (III): Versión ligeramente modificada de Tomentas (I)

Llueve. Llueve tan fuerte que las gotas de lluvia se cuelan por el marco de la ventana y una húmeda mancha del tamaño de un puño nace en una esquina del techo del dormitorio. Truena. Truena y relampaguea. Se va la luz. Si fuera una chica normal gritaría y desearía tener un hombre grande y fuerte a mi lado, al que poder abrazar con desesperación hasta que todo termine. Pero no soy una chica normal o, al menos, no busco ni deseo la protección de nadie. En realidad, no me asustan las tormentas y menos si son de verano, pasajeras, cálidas, efímeras. Contemplo a la luz de los rayos las gotas que caen del techo. Cierro los ojos y me concentro en su monótono repiqueteo. Tac, tac, tac. Es el mismo ritmo. Exactamente el mismo. Ya puedes decirlo, ilustre poeta, recítalo en tu próxima elegía: tú y yo follábamos al compás marcado por el metrónomo de las lágrimas de lluvia que caían del techo de nuestro cuarto. Perdona. Se me olvidaba que no te gusta robar versos, mucho menos si son míos. Como iba diciendo, llueve. Llueve tan fuerte que ya no me acuerdo de lo mucho que te echo de menos. No sé si la cortina de agua será capaz de enmascarar la mentira. Está bien. Seré sincera. Siempre fuiste una atronadora, persistente y destructiva tormenta de invierno.

lunes, 5 de agosto de 2013

Hambre (I)

Te busqué entre la bruma de las noches sin luna, en la espesura acorazada de la negra madrugada y en la nada desarropada que poseen los indigentes. Pero no estabas. Te mudaste al otro lado, construiste una mansión dieciochesca en la orilla más occidental de este mundo a punto de naufragar y, desde allí, contemplaste el lento discurrir del tiempo que les sobra a tus nuevos congéneres, ufano de formar parte de su manada, satisfecho de ser un miembro más de su rebaño. Me perdiste, pero no te importó. Sólo fui yo la que lloraba, mientras grababa en el tronco de los árboles flechas que no conducían a ningún sitio. Hundí la cara en el húmedo musgo de sus cortezas, ahogando un grito de rabia. Después caminé sin ganas, arrastrando los pies entre la hojarasca, recordando los ideales que vendiste a cambio de un plato de sopa caliente y preguntándome por qué no hago yo lo mismo. Siento el peso del deseo. Olfateo tu rastro. Pero, al llegar a la frontera, soy incapaz de dar el definitivo paso migratorio. Ninguna de mis hambres puede saciarse con comida. Mejor dicho, ninguna de mis hambres puede saciarse.

domingo, 4 de agosto de 2013

Martes de Carnaval

Mi hambre es tan infinita como tu sed, tan gigantesca que revienta mi estómago al mismo tiempo que desborda tu garganta. Somos dos diques rotos, abiertos en canal, esperando a que un ingeniero o un médico recompongan las paredes de nuestros muros, pero la ayuda nunca llega y se desparraman nuestras almas entre las briznas de hierba. ¿Yeats o Keats? Siempre te confundes. Si hablamos de las hojas, el irlandés. Si hablamos de todo lo demás, el inglés. Pero yo no soy Fanny y tú sólo toses sangre para acallar los gritos de tu cabeza. Maldito loco. Traga las pastillas y conviértete en mueble o coge la pluma y despluma a los buitres que salivan visualizando el olor de la putrefacción de nuestra carne. Carroña. Sangre. Hambre. Alambres. Alambres de espino que circundan los cuellos de las ovejas y los corderos. Nadie se mueve. Nadie respira. Demasiado miedo a crear una herida. A nosotros no nos importa. Una vez que has reventado sabes que es imposible coser el roto sin perder parte del relleno del muñeco. Y aún así, el juguete sigue cumpliendo su función. A veces es mejor así. Dejar que las entrañas respiren. Permitir que se airee el bazo. Si te mueves con tiento, sólo tendrás arañazos. Si te arrancas el yugo, perderás las manos. Pero los mancos aún caminan. Los tullidos aún respiran. El aire que entra en tus pulmones se evapora al son de los tambores. Martes de Carnaval. Para mí, es la Tercera Guerra Mundial.

jueves, 1 de agosto de 2013

Cataclismos (III)

La falta de espacio nos obligó a acercarnos, a respirarnos, a desearnos. Sudaron nuestros labios al entretejerse nuestras lenguas. Se derritió el dolor, pero no triunfó el amor. Fue sólo un instante efímero, un paréntesis que no evitó el cataclismo. Consumido el tiempo que nos tocaba compartir, cada uno siguió su camino, dispuesto a afrontar nuestro divergente destino. Seguramente tendría que haber sido distinto, pero ¿cómo remar en contra de la dirección del viento? A veces, ni los más fuertes lo consiguen. Corazones a la deriva que no encuentran segura orilla, que chocan por azar y se separan por necesidad, que flotan entre los juncos del cañaveral, buscando un pedazo de tierra firme en la que poder atracar. No habrá olvido ni recuerdo, tan sólo adioses y destierro. Somos una prueba más de la oscuridad de estos tiempos, dos pedazos de roca que se desprenden del borde del abismo y caen sin hacer ruido.