domingo, 23 de marzo de 2014

Daniel (I)

Los ojos claros esconden almas turbias. Las sonrisas francas bloquean el acceso a la esencia del ser que las reparte. El sol que entra por la ventana sólo acentúa la intensidad de nuestras sombras. Un dedo bíblico tatúa la pared en blanco con los pecados anónimos que aún no han recibido su castigo. Los leones rugen en el foso, pero pensamos que, como Daniel, escaparemos indemnes de sus fauces. Los ojos oscuros no siempre ocultan espíritus puros. Ya no quedan santos en la Tierra y los del cielo hace tiempo que se convirtieron en ángeles o en demonios. Cuando suenan los disparos, tanto las palomas como los cuervos levantan el vuelo asustados.

sábado, 22 de marzo de 2014

La proximidad de los cuerpos

La proximidad de los cuerpos distancia las miradas y ensombrece los labios. Sólo los contornos se acercan, imantados, sedientos y erizados. Un roce, dos roces, tres roces. Estallido sideral. Fisión nuclear. Bombas atómicas a punto de explotar. Una rodilla que se adhiere a otra rodilla, ajena, pero, al mismo tiempo, intrínseca. Un codo que se acoda en otro codo. El punto de apoyo de la palanca que moverá el mundo o la china que hará tropezar al gigante jamás vencido. Tres golpes del dedo anular contra la madera de la mesa de baobab. Código Morse sin encriptar. Mensaje oculto que no se llegó a cifrar. El viento no puede atravesar el espacio inexistente que separa dos cuerpos que no se quieren separar. Ni un huracán lograría derribar el puente de granito que une dos almas a la deriva, a punto de ahogarse en las profundidades más oscuras del séptimo mar. Dos miradas que si se estrellan revelarán lo que tratan de ocultar. Tú y yo. La proximidad de dos cuerpos que se buscan sin buscar.

jueves, 20 de marzo de 2014

Robemos naranjas del mercado

Robemos naranjas del mercado. Exprimamos todo el jugo y bañémonos en el sol de su zumo. Riamos, como ríen los niños que se sumergen en lo prohibido. Corramos. Huyamos. Escondámonos. No permitas que nadie nos encuentre. No dejes que los sabuesos olisqueen el rastro de nuestros sueños. Seamos distintos, aun siendo iguales. Vivamos sin miedo. Muramos de frente. No tiene sentido temblar ante la caricia de la brisa vespertina. Es inútil gritar frente a la inmensidad del mar. Coge mi mano y cierra los ojos. Sólo somos dos pájaros heridos. Si no podemos despegar, habrá que saltar, confiando en que nuestras alas cicatrizarán antes de estrellarnos contra el suelo. Ten fe. Aunque no lo recordemos, hace mucho tiempo, aprendimos a volar.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Insectos (V)

Comenzó a llover, tal y como habían predicho las noticias. Gotas gordas, preñadas de agua, humedecieron el suelo, de forma lenta, pero insistente. Debería haber sacado el paraguas y guarecerse bajo la tela que recubría sus frías varillas de metal, pero su corazón necesitaba mojarse y, ya que no era capaz de hacerlo en sentido figurado, optó por el sentido literal. Al llegar a casa estaba empapada, pero no hizo ningún amago de desprenderse de su chorreante ropa. Simplemente cerró la puerta de la calle y caminó despacio hasta el salón, dejando a su paso un sucio reguero, nada adecuado para el cuidado y conservación del parquet. Se sentó en el sofá, cogió el mando y encendió la tele. Cambió innumerables veces de canal, sin encontrar lo que buscaba, mientras, debajo de ella, los cojines se esforzaban por absorber la incontrolable inundación de la que eran víctimas. Las vacuas y coloridas imágenes se sucedían a ritmo frenético frente a sus acuosas retinas. Un moscardón zumbaba junto al cristal de la ventana, tratando en vano de encontrar una salida, estrellándose una y otra vez contra el cristal cerrado. Irónicamente, sus frustrados intentos de huida la reconfortaron. Aunque él no lo supiera, era mejor así. Si lograra escapar existía una alta probabilidad de que muriera ahogado bajo la lluvia. Incapaces de soportar el peso del agua, inutilizadas, sus alas dejarían de funcionar en poco tiempo, provocando su irremediable y acelerada precipitación en el vacío o, lo que es peor, en un charco que para él sería tan profundo como el mar. Pero, ¿y si consiguiera refugiarse bajo la marquesina de autobús de la acera de enfrente? ¿Lograría llegar hasta ella antes de que fuera demasiado tarde? ¿La vería siquiera? En un repentino arrebato, se levantó y abrió ligeramente la ventana. El moscardón no tardó en encontrar la rendija que le permitiría salir al exterior y su molesto zumbido se perdió pronto en la lejanía de la lluviosa tarde. Nunca supo si el díptero insecto logró salvar su insignificante vida. La suya se extinguió lentamente, buscando esa rendija liberatoria que nadie jamás puso a su alcance o que ella no fue capaz de hallar.

martes, 18 de marzo de 2014

Yo no soy adulta ni quiero serlo

Yo no soy adulta ni quiero serlo. Los adultos se mueren sin ir al cielo. Los adultos viven presos del miedo. Así que no me quieras como se quieren ellos. No me desnudes si el deseo no llega desde la raíz hasta las puntas de tus dedos. No me beses de pasada, de puntillas, sin decir nada. No cierres los ojos para no verme, ni los abras para contemplar el reflejo de tu cuerpo en el espejo. No me abandones al terminar el juego, ni te duermas deprisa para no deber horas al sueño. Ámame como se aman los niños, sin contratos ni quid pro quos, sin condiciones ni decepciones, sin dudas ni brumas, flotando en un mar de espuma. Ámame como se aman los niños, creyendo que el para siempre va más allá de la muerte, convencido de que no hay adiós, sólo hasta luego, sabiendo que hay silencios que lo dicen todo y gestos que sobreviven a la guadaña del cruel paso del tiempo.

sábado, 15 de marzo de 2014

Ctrl+Alt+Supr

No quería que nadie pudiera seguirle y se esforzó tanto en eliminar su rastro que acabó borrándose a sí mismo.

jueves, 13 de marzo de 2014

Caídas (VI)

La madre juega con su gateante hijo de diez meses. De repente, lo sujeta de debajo de las axilas y lo yergue. Madre e hijo se miran a los ojos y sonríen. Entonces ella deja de sostenerlo, como si no existiera la posibilidad de que cayera al suelo. Él da sus primeros pasos. Nunca nadie fue jamás capaz de derribarlo.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Mil esquirlas de marfil

A veces creo que aún sigo atrapada en aquel verano de 2008, que nada ha cambiado desde entonces, por mucho que todo sea distinto. Me miro al espejo y veo los mismos miedos y sueños que sacudían mi alma aquellos días. La luz y las tinieblas que habitan en el fondo de mis pupilas son idénticas a las que ya residían allí por aquel entonces. Sólo las patas de gallo han incrementado su número e intensidad. Me gustaría que fuera cierto lo que todos piensan, haber madurado y decapitado a todos mis demonios (también a mis ángeles de la guarda), haberme desprendido de mi piel y ser capaz de enfundarme en el abrigo del confort burgués sin cargos de conciencia, pero no puedo. Finjo que no veo lo que veo, que no oigo lo que oigo, que no siento lo que siento. Los engaño a ellos, pero no a ti, tampoco a mí. Me observas desde lejos, calculando el tiempo que me resta para hacer realidad aquel juramento alcohólico e insomne. Te dije que no recordaba nada de aquella noche enrojecida por el rabioso llanto de la angustia. Sabías que mentía, pero no dijiste nada, convencido de que no son las palabras las que hieren, sino los silencios. Has callado desde entonces y yo no he parado de faltar a la verdad con mi nerviosa verborrea incontenible. Yo también te observo desde lejos, calculando los segundos que me separan del desastre. Será bonito contemplar cómo mi mundo estalla en mil esquirlas de marfil. Trato de liberarme del peso de la sinceridad de mi pretérito discurso. A veces pienso que lograré hacerlo, que ignoraré todo aquello que ahora sé y podré seguir interpretando el papel que me fue asignado al inicio de la función, pero es sólo un espejismo. Sé que nada ha cambiado desde entonces, por mucho que todo sea distinto. Hay promesas que no se pueden romper, sobre todo cuando se han escupido a la cara de la nada. Puede que sólo te quiera porque sé que, tras la detonación, recogerás mis pedazos y recompondrás el puzle. Pero si te amo es porque nunca desactivarás la bomba que oculto bajo el chaleco de mi traje de chaqueta. Tal vez, incluso aceleres la cuenta atrás. 3, 2, 1…

martes, 11 de marzo de 2014

Marionetas (I)

Mi inconsciente no consigue liberarse del abrazo del dolor provocado por tu ausencia. De madrugada me devoran pesadillas recurrentes que, por más que Jung se empeñe en lo contrario, no tienen un origen colectivo. De día trazo triángulos al azar en cuartillas cuadriculadas, sobre las que ya nadie podrá escribir una frase coherente. Recuerdo sin querer recordar y, lo que es peor, sin saber que estoy recordando. Mis pies me conducen de forma involuntaria a lugares que orbitan en torno a los escenarios de la tragedia griega que tan mal declamamos. Contemplo el principio y el final de nuestra historia en las pantallas gigantes de ciudades europeas que acunan a sus bebés con oberturas nibelungas y bailo valses acuáticos y azules para difuminar las afiladas aristas de los contornos de los días que nunca jamás volveremos a pasar juntos. Las camas de los hoteles tienen espinas. Me levanto al amanecer, aunque sé que ningún buffet libre ofrece lo que necesito para empezar bien el día. Cafeteras amargas que riegan tostadas sin sal. Puede que hoy llueva algo menos que ayer, pero será difícil notar la diferencia. Dos marionetas de Pinocho me contemplan al otro lado de un escaparate descolorido y lleno de polvo. Aún no entiendo por qué nunca nos mentimos, aunque sólo fuera a nosotros mismos.

lunes, 10 de marzo de 2014

Neguri (IV)

Intentaré no verte en la espuma de este mar mordido por una jauría de enloquecidos perros rabiosos. Intentaré no oírte en el graznido de las gaviotas que anuncian mi naufragio en la costa del Cantábrico. Intentaré no olerte en la sal que petrifica mi piel desnuda sobre la orilla de esta playa invernal. Intentaré no saborearte en los granos de arena que mastico sin tragar, mientras decido qué es mejor, si precipitarme en el mar o esperar hasta que las olas me vuelvan a centrifugar. Intentaré no palpar tu recuerdo en las fantasmagóricas sombras de esta prematura tarde de diciembre. Tal vez este viento huracanado logre finalmente borrarte de mi mente, antes de que todo mi ser salga dinamitado por los aires. No hay cometas en el cielo. Nadie practica kitesurf en Nochebuena.

domingo, 9 de marzo de 2014

Desequilibrios (II)

Tus manos de pianista, tu angustia nihilista, tus delirios de artista, el filo de tus aristas. Un café, dos entrevistas. El final de la autopista. Un choque de ciclistas. El amor, una amatista. Tu corazón funambulista. Mis piernas de trapecista. Nuestras palabras equilibristas. Besos contorsionistas. Pelvis recepcionistas. Dos cuerpos hedonistas que aprisionan dos almas escapistas. El amor que no sale en las revistas.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Penitencia (I)

Estamos condenados a encontrarnos. Estamos destinados a evitarnos. Dos fuerzas de sentido contrario e idéntica intensidad. Atracción. Repulsión. Combustión. Eyección. Recuerdos. Recuerdos inciertos e imprecisos, pues el transcurso del tiempo emborrona la verdad y diluye la certeza. Miedos. Miedos que muerden la garganta y desarticulan los labios. Tú finges un Alzheimer que no tienes. Yo me escudo tras un Asperger que no sufro. Nos miramos. Nos callamos. Nos alejamos. Como si nada hubiera pasado. Como si nuestra historia hubiera terminado. Fumo. Consumo el humo que exudo, los pocos minutos que no me roban los hombres grises y pienso. Pienso en el desierto y pienso en el destierro. Y sueño. Sueño que no es cierto, que no me da alergia el olor a muerto, que ninguno de los que me rodean está tuerto. Ando. Ando enhiesta y envarada, para que nadie sea consciente de este fardo que transporto y que concavea mis hombros. Una cuerda que se suelta se convierte en la liana de un Tarzán que jamás compitió en las Olimpiadas. Ningún grito cruza la jungla. Los animales salvajes ya no rugen. Las ramas quebradas ya no crujen. Sólo las parejas mugen.

martes, 4 de marzo de 2014

Un puñado de piedras sin morfina

Si me acuesto con él, ya no podré estar contigo. Me adheriré a su cuerpo, a su polla, a sus manos y a sus labios. Me pegaré a sus ideas, a sus palabras, a sus risas y a sus llantos. Será imposible volver a separarnos, recuperar nuestra forma primigenia y envolvernos en una piel que sólo sea nuestra. No volveré a pensar en ti. Olvidaré tanto las razones que me precipitaron lejos de tus brazos como los motivos que me imantaban de vuelta a ellos. Borraré las imágenes que generaba el parpadeo de tus ojos y dejaré que se desvanezca el olor a Diesel de tu cuello. Él, simplemente, adquirirá por usucapión el triángulo de las Bermudas situado entre mis piernas, el mismo que te habría pertenecido a ti, si te hubieras dado cuenta de que el amor es una guerra y, como en toda guerra, no hay que dejar vivo a ninguno de tus enemigos. Aún resisto, pero el sonido de las trompetas ya comienza a resquebrajar las murallas de Jericó. Es el principio del final. Poco importa el resultado. Sé que perderé mucho más de lo que gano, pero dentro de poco no seré consciente de mi derrota. Cuando me diluya en él, me desprenderé de ti. Muchos lo considerarán una victoria, pero ambos sabemos que estamos abdicando sin luchar, convirtiéndonos en miembros amputados que renuncian a la posibilidad de ser injertados en el cuerpo al que una vez pertenecieron. La tierra se cubre de sangre y ni tú ni yo derramamos una lágrima al contemplar este amor herido por flechas que no pertenecen a Cupido. Convertida en el mayor de todos tus lastres, me arrojas por la borda, obligándome a naufragar en el mar de su saliva. Es un túnel sin salida. Sólo nos quedan siete días para evitar que nuestras vidas se reduzcan a un puñado de piedras sin morfina.

lunes, 3 de marzo de 2014

Polvo (II)

Te escuché mucho antes de que llegaras, cuando pegué mi oreja a los raíles del tren, cerré los ojos y me perdí en el traqueteo del vagón que te custodiaba. Sentí tu aliento, exhalado de forma sincronizada con el humo que escupía la locomotora de vapor que propulsaba tu lento avance a través del medio Oeste americano. Deseé con todas mis fuerzas que pudieras desafiar las leyes del tiempo y el espacio, que transcurrieran los años a la velocidad de minutos y los siglos cambiaran en un abrir y cerrar de ojos, que el Océano Atlántico se secara, que sus aguas no frenaran tu viaje, que nuestros cuerpos colisionaran sobre un antiguo lecho de algas, concibiendo sueños híbridos, tan húmedos como agostados. Pero nada de esto ocurrió y quien llegó a mí, no fuiste tú, sino tu eco, el trazo de tus palabras sobre papeles que debieron ser quemados, pues, reducidos a cenizas, no habrían ocasionado ningún daño. Como decía, una parte de ti llegó finalmente hasta a mí, dentro de unas alforjas que nadie jamás se molestó en vaciar. Leí la parte de tu historia que decidiste consignar y adiviné todo aquello que callabas. Me enamoré de ti o de lo que creí que eras y recordé las imágenes que poblaban mi mente cuando, de niña, me acostaba sobre los raíles de la estación abandonada de mi pueblo. El resto del contenido del baúl del tatarabuelo indiano te era completamente ajeno. ¿Fue él quien encontró tu cadáver? ¿Pudo acaso darte muerte? ¿Por qué conservó algo cuyo valor sólo yo puedo apreciar? ¿Acaso él también era consciente del tesoro? Calla. No digas nada. No me cuentes los pedazos que faltan de la historia. Deja que la verdad permanezca oculta, sustraída al Gran Hermano que nos vigila cada noche, que duerma para siempre en los brazos del olvido. Pero hubo testigos objetivos que transmitieron todo aquello que me es esquivo. Aunque no las entienda, sé que es de ti de quien hablan las incordiantes chicharras de este agosto enfebrecido.

domingo, 2 de marzo de 2014

Lo que las películas de Hollywood nos obligaron a buscar

Las noches que no follamos las marco en rojo en mi calendario. El año pasado, sólo tres quedaron en blanco. No fue por falta de ganas. Tampoco por escasez de tiempo. Sólo por miedo. Miedo a ser como ellos, a naufragar en un altar de tul blanco y chaqué oscuro, a sepultar nuestros sueños bajo la losa de la astronómica hipoteca imprescindible para poder adquirir un chalet con jardín en las afueras de Madrid, a tener hijos que encadenaríamos a pupitres de colegios privados y academias de inglés, francés y alemán, a trabajar de sol a sol para poder financiar todo lo anterior, a no querer que nuestros cuerpos se rocen al caer derrengados sobre el mismo colchón, pero ser incapaces de soltarnos las manos en las sonrientes barbacoas de nuestros vecinos, a mirarnos a la cara en nuestras bodas de oro y darnos cuenta de que sólo tenemos lo que las películas de Hollywood nos obligaron a buscar. Por eso nos alejamos cada vez que nos tocamos, pues en cada combustión espontánea de nuestros orgasmos cuasi simultáneos yace el espejismo de la impostada felicidad de las parejas perfectas. Por eso evitamos que nuestros cuerpos se estrellen más de lo estrictamente necesario para no caer en la psicosis de quienes no satisfacen sus deseos más ocultos. Reducimos al mínimo las cinematográficas noches de pasión, ensuciando de semen, rímel y carmín las impolutas sábanas que se ven en pantalla grande, desmitificando los solos de violín que acompasan el lento movimiento de los cuerpos que hacen el amor. Tú y yo nunca escucharemos músicas celestiales, sólo jadeos guturales y borboteos de fluidos genitales. Pero tememos caer en su red y huimos en direcciones contrarias para no acabar firmando un papel que nos comprometa a dejar de ser.

sábado, 1 de marzo de 2014

Disparos (II)

Sé que te irás. No tiene sentido luchar. Hoy me he dado cuenta. No sé por qué. Lo más gracioso es que, por primera vez en mi vida, he aceptado que hay algo que no puedo cambiar. No, no me importa reconocer la inevitabilidad del final, porque sé que, aunque te vayas, no se acabará. Podrás cruzar el charco. Podrás nadar. Podrás rezar. Pero, por mucho que lo intentes, habrá imposibilidades que no dejarás de anhelar. Yo me quedaré aquí a contemplar el lento naufragio de su imperio, porque para mí será fácil resistir. Yo siempre hago lo que quiero, poco importa el dictador que determine la lista de los próximos ejecutados. Tienes razón, cuando el derramamiento de sangre es injusto, a veces, lloro de rabia. Qué más da. Tengo demasiados asideros para que sus flechas me lleguen a alcanzar. Te pediría que te quedes, por ti, por mí, para vengar todos los crímenes que la nobleza cometió contra el pueblo, para abolir la servidumbre y apuñalar a la censura, para instaurar el Siglo de las Luces. La libertad, la igualdad, la fraternidad. Pero todo ello conlleva exigencia de responsabilidad y ellos prefieren lavarse las manos como Pilatos. Yo no. Yo la mataré a ella y a todos sus secuaces. Conozco el precio y no me importa pagarlo. Todos temen a la muerte. Yo también, pero, como afirmó Lawrence de Arabia, mi miedo es cosa mía. Vete. Mejor ahora que después. Tiemblas. Tiemblas ante la idea de perdernos, de dejar de ser quienes somos, de que nos atraquen por sorpresa y nos roben nuestra esencia. No te preocupes. Ellos no saben quiénes somos, así que se irán contentos si les entregamos nuestras máscaras y disfraces. Pensarán que nos han robado el alma, pero el alma no se puede robar. Lo sé. Han intentado arrebatármela demasiadas veces. Una vez me torturaron. Quería dársela para que pararan, pero acabé escupiéndoles a la cara. Mi alma es eso. Una constante afrenta a cualquier tipo de autoridad que pretenda restringir la igualdad, la libertad, la fraternidad. Es una mierda. Cualquier día me decapitarán o, mejor dicho, lo intentarán. Mi cuello es fino, pero resistente, igual que el de Ana Bolena. La mataron para evitar que su hija subiera al trono. Ella murió para lograr justo lo contrario. Su cadáver fue el último en reír. Ése es el problema, hay muertes que, en sí mismas, son una victoria. También vidas. Y luego están los otros, los héroes, los insensatos que buscan desesperadamente la muerte, porque no soportan las injusticias de esta perra vida y buscando ese final prematuro alcanzan la gloria eterna. Como Agustina de Aragón en Zaragoza. Como esa hormiga que aplastas y sobrevive en un intersticio de la suela de tu zapato. Yo también sobreviviré a todos sus ataques, porque no tienen puntería ni miden bien la distancia entre mi cráneo y sus balas de cañón.