lunes, 15 de diciembre de 2014

El olor de las cloacas

Saber que todo es nada y que la nada es un gigante que nos aplasta contra el suelo. Certificar que el olor de las cloacas es la única colonia que perdura sobre nuestra piel tras 24 horas de sangre, sudor y lágrimas. Buscar tu mano y encontrar sus garras, tratando de arañar las almas de aquéllos que aún conservan algo de esperanza. Chocar contra el plomo de un cielo encapotado de desgracias y escuchar el grito del cristal de nuestras cabezas, dinamitadas en mil millones de diminutas partículas de vidrio. Nuestros pedazos no hieren a los verdugos, pero escuecen a los espectadores del auto de fe, que, aún así, permanecen inmóviles. Todavía piensas que se puede salir de la ratonera, pero sus pasadizos son interminables. Fue bonito mientras duró el engaño, pero cada vez resulta más evidente que las migas de pan nos obligan a correr en círculos. La única forma de escapar es parar, dejar de buscar, cerrar los ojos, contener la náusea y esperar a que el tiempo horade un agujero que nadie sea capaz de distinguir con los párpados abiertos.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Diciembre (I)

Hace frío y no quiero caminar bajo la escarcha, sentir que el mundo es nieve, endurecerme en contacto con el hielo. Pero se abre la puerta y penetra la ventisca, tiñendo de blanco mis desiertos, gangrenando los dedos de mis pies, poblando mis venas de pingüinos. Necesito que insufles fuego en mis pulmones, que tu aliento derrita las estalactitas de mis labios, que el vapor de tus lágrimas caldee mis rincones más helados. Pero tú no quieres envolverme en tus abrazos, que tus manos descongelen mi piel de porcelana, que la fuerza de tu deseo abrase mi gélida boca. Tú sólo quieres contemplarme en la distancia, dibujar los copos que se adhieren a mis pestañas, describir el azul violáceo que se apodera de mi agónico cuerpo, abandonado a su suerte en lo más profundo de Siberia. Mi muerte te parece hermosa y, una vez más, sólo puedo coincidir contigo.
 

martes, 9 de diciembre de 2014

Naufragios (V)

Sólo somos dos cobardes que esperan sentados a que el destino libre las batallas que no nos atrevemos a afrontar. El tiempo pasa y tú no impides que me aleje un poco más. Caemos en picado y yo no evito que te agarres a los clavos ardiendo de la pared de espino. Estrellas pertenecientes a constelaciones cuyo nombre no somos capaces de adivinar trazan caminos que no tenemos valor para seguir. Antes de amanecer, todo está en calma. Sólo nuestros sueños abortados revuelven las sábanas de dos camas separadas por kilómetros de más de mil metros. Somos dos náufragos a la deriva que huyen de su tabla de salvación. Las algas se enredan en mis piernas, en mi pubis, en mis muñecas, arrastrándome hacia un fondo lleno de cortantes abismos de coral. Tú descansas sobre las escamas del resbaladizo regazo de la última sirena varada en tus caderas. Cada vez que tratamos de respirar algo de oxígeno, una bocanada de agua encharca nuestros pulmones. Me hundo en el mar de mi propia sangre, mientras añoro tus oscuras pupilas de gris cobalto, que siempre dijeron lo que los dos callamos. Tú flotas en la espuma de mis versos, que siempre callan lo que nunca nos diremos.

lunes, 1 de diciembre de 2014

El piano

Regresó el silencio, sumiendo nuestros días en un cenagoso homicidio cotidiano, abortando verdades reconfortantes, ahorcando excusas reveladoras. Las palabras son cadáveres que se hunden en el barro, fetos tirados a la basura, balanceantes muñecos de trapo que cuelgan del techo de nuestro dormitorio. Fingimos que ninguno de los dos es consciente de lo que está ocurriendo. Volvemos la vista hacia otro lado, esquivando un cruce de miradas que dejaría al descubierto todo aquello que está oculto. Nuestras bocas son estatuas de granito, tan inmóviles como carentes de voluntad. Las paredes contemplan el pétreo paisaje que circunda nuestras almas y, meneando la cabeza, también callan. Quisiera volver a paladear el sincero sonido de tu auténtica voz, antes de precipitarnos ladera abajo, hasta el valle donde habitan las innumerables parejas que ya no tienen nada que decirse; pero tu lengua congelada en el medio de la fría caverna de tu boca es el iceberg contra el que naufrago cada vez que intento reconstruir los cimientos de nuestra historia escarchada. ¿Y yo? ¿Cuánto hace que me convertí en muda?