lunes, 12 de noviembre de 2018

Los cuervos

Las metáforas están ahí, graznando desde la torre más sanguinaria de Londres, dispuestas a arrancarte los ojos, a dejarte ciega, para que no tengas más remedio que escucharlas, servirte de su guía, confiar en que no te conducirán al precipicio, sino sólo hasta el hacha del verdugo, pues tu cuello nació para ser segado de tu cuerpo y tu sangre para gotear entre las tablas del cadalso. Puedes huir, pero no evitar que te atrapen; retrasar la ejecución de la sentencia, pero no obtener el indulto; posponer el mordisco del metal, pero no amordazar el grito. Tus noches siempre estarán pobladas de fantasmas, de reinas injustamente condenadas y de presuntas brujas que no terminaron de convertirse en humo después de que la hoguera se extinguiera. La tierra tiembla, aunque los cadáveres no terminen de levantarse de su tumba y tú caes, una vez más, en una fosa colmada de espectros anhelantes de que alguien dé voz a sus pútridos despojos. Y dejas que te envuelvan sus historias y confundes sus recuerdos con los tuyos, sus ficciones con tu realidad, sus sueños con tus versos. Y ya no sabes quién es el espejismo, si tú o él o, tal vez, ambos y, aún así, todavía hay ciertas cosas que no osas poner en duda: los seísmos que te provocaba un leve roce de su brazo, su sonrisa agridulce y la desnudez de su mirada de fuego. Todo lo demás, resulta siempre tan incierto… Y vuelves a recorrer las calles que fueron testigos del desastre, de todos y cada uno de los silencios que, primero, enlazaron vuestras almas y, después, separaron vuestros cuerpos. Y cae la tarde y aumenta la frecuencia e intensidad de los graznidos. ¿Nunca te has fijado? Los cuervos sólo se quedan a vivir donde ha tenido lugar una matanza.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Serpientes (II)

Escóndete, no dejes que te encuentren. Tú, la escurridiza; ellos, las serpientes. ¿Cómo explicarle lo que sientes a los reptiles de sangre congelada? Tu corazón, hervidero de metáforas volcánicas; el suyo, reloj suizo insensible a las altas temperaturas. Y, aún así, es la nieve tu única amiga y la helada escarcha de primera hora de la mañana, tu amante más voraz. Es tan extraño como cierto, tan contradictorio como lógico. Y sueñas que algún día mute el curso de los astros y deje la luna de influir en las mareas de tu tristeza, pero sabes que hay cosas que nunca cambian y pesadillas que no terminan de desvanecerse con la aurora. Y tratas de salir de tu escondrijo, sin darte cuenta de que también él es un autómata programado para razonar en contra de los designios del destino. Y duele más la forma en que te mira que la manera en que vuelve la vista en la dirección equivocada. Y, aún así, te queda el consuelo de saberte única ganadora de esta historia derrotada, no porque traspasaras ninguna meta, sino porque, a diferencia de él, tú siempre quisiste perder(te).