lunes, 9 de diciembre de 2019

A day in December

¡Puta idiota! ¿De verdad pensabas que saldrías indemne de la prueba, que podrías mirar cara a cara a tu pasado y no romperte en mil pedazos? Confundiste la antesala del homicidio con el lugar del crimen y, creyendo haber sobrevivido al reencuentro con la ciudad prohibida, te hiciste más vulnerable al ataque de la negrura del recuerdo. No, no me di cuenta de que no había sido allí donde te perdí, sino en aquel jodido aeropuerto ceniciento, lleno de gente que, aunque no debería hacerlo, hablaba nuestro idioma. El mismo hall, idénticas pantallas, primera puñalada en el costado, cuatro centímetros por debajo de las tres letras que sintetizaron el desastre. Sí, lo sé, ya he escrito sobre AQUELLO, aunque nadie haya tenido aún la oportunidad de leerlo. Pero no es de ESO de lo que quiero hablar, sino de que, tres años y tres meses después, aún no he sido capaz de digerirlo. No puedo respirar. Busco algo que me calme y es entonces cuando ocurre, cuando descubro que todo es igual, pero distinto y que Jamie Oliver ha colonizado el altar del sacrificio. ¿Qué nos queda, ahora que uno de nuestros últimos espacios sagrados también ha desaparecido?, me pregunto, mientras tres cabezotas lágrimas escapan al férreo control de mi orgullosa fuerza de voluntad. Sólo quiero vomitar; pero, en lugar de eso, me tomo un café, por más que sepa que lo que necesito realmente es una tila o, tal vez, un chupito de tequila (el resultado vendría a ser el mismo). La bestia se aquieta, pero no termina de dormirse. Tiene hambre y sed y sólo mi carne y mi sangre le pueden dar de comer y beber. Finjo que no es cierto, que no soy yo la que se desgarra desde dentro. Cierro los ojos y te siento tan cerca como antaño, porque una parte de ti se quedó conmigo, igual que una parte de mí se adhirió para siempre a la punta de tus dubitativos dedos temblorosos. Los altavoces truenan avisos que no previenen nada, que sólo precipitan las distancias y reabren las heridas. Abro los ojos y te sueño despierta, pesadilla insomne que aletea entre mis párpados. Y te odio, como tú odias el mundo. Y te quiero, como nunca te atreviste a quererme. Y te envidio, por no estar aquí, por no tener que enfrentarte a todo ESTO y a lo poco que queda ya de AQUELLO. Mi avión despega, pero yo sigo allí, atrapada en el carrusel de este eterno retorno que siempre me acerca y me aleja de ti. Tal vez, algún día, cuando descarrilen nuestros miedos.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Esta tierra es nuestra

Bradbury se equivocaba o, mejor dicho, se quedó corto.

Efectivamente, los libros fueron los primeros en caer. Como a todo aquello a lo que se pretendía demonizar en aquellos días, se los acusó de ser una de las principales causas de destrucción del medio ambiente. Obviamente, el imperdonable pecado sólo resultaba predicable del papel, pero pronto encontraron una excusa para prohibir los libros en cualquier otro tipo de formato: su contenido resultaba fácilmente manipulable, lo que atentaba contra el derecho a la propiedad intelectual de sus autores. Sí, el alambicado argumento resultaba algo incongruente; pero, seamos sinceros, los lectores son personas eminentemente individualistas y no fueron capaces de organizar ningún tipo de resistencia.

El resto de disciplinas artísticas tardaron algo más en sucumbir, pero fueron cayendo de manera tan lenta como inexorable. Nadie dijo nada. El Estado sabía lo que nos convenía a los ciudadanos y, aunque sus razones no siempre fueran completamente lógicas, sí que eran taxativas.

También yo callé cuando me privaron del eje de mi existencia, pero la hiel de la injusticia sin denunciar fue envenenándome por dentro, hasta reventarme las entrañas. Entendedme bien, habría sido relativamente sencillo convivir con la censura, saber que no tendría plena libertad para configurar el contenido de mi obra, incluso verme forzado a adaptarlo plenamente al discurso oficial; pero privarme de la posibilidad de capturar imágenes… Sí, podría haber renunciado a contar historias, pero que me arrebataran el placer de inmortalizar el vaivén de las olas… ¿Qué podía haber de malo en rodar algo tan aséptico? Pero ellos sabían que incluso eso revela una forma de pensar o, al menos, de sentir; que quien decide perderse en el mar es diferente del que aborrece del salitre de la costa; que quien empuña una cámara lo hace siempre para contar algo o para recordar algo en el futuro. Sí, ellos sabían lo que hacían, aunque nunca fueran sinceros al explicarnos sus motivos.

Un mundo sin cine es un mundo en el que no merece la pena vivir, me digo mientras rasgo mis venas sumergidas en una bañera de hielo. Y, luego, ese otro pensamiento: alguien capaz de destruir la obra de Hitchcock merece arder en el infierno (mi sangre diluyéndose en el agua, anestesiando la angustia que borbotea en el centro de mi estómago).

Todo acabará pronto. Trato de visualizar mi muerte en 78 planos y 52 cortes, igual que la escena de la ducha de “Psicosis”. No, no puedo hacerlo, eso sólo está al alcance de un genio. No hay dolor. Sólo sueño y cansancio e imágenes fugaces como estrellas a las que no da tiempo a pedir un deseo. “Encadenados”, “El extraño”, “El gran dictador”, “13 minutos para matar a Hitler”, “Esta tierra es mía”, “Esta tierra es mía”, “Esta tierra es mía” … Un eco: “La lucha es muy dura. No sólo hay que luchar contra el hambre y contra la tiranía. Hemos de luchar primero contra nosotros mismos…Todos somos culpables por hacer posible la ocupación…Otros hombres querrán destruir este libro. Es posible que acabe en el fuego, pero no lo borrarán de la memoria. Vosotros lo recordaréis siempre y de ahí vuestra enorme importancia”. 1943. Jean Renoir, dame una millonésima parte de tu valentía y tu talento.

No, no puedo morir. No así. No puedo permitir que se ahoguen todos los fotogramas y palabras que ellos tratan de extirpar de nuestra memoria. Sé que vosotros también los recordáis, que también reísteis y llorasteis con historias que, quizá, no fueran tan ficticias, que también sabéis cómo combatir el Horror, aunque aún no os atreváis a hacerlo.

Reúno las pocas fuerzas que me quedan para salir de la bañera y utilizo un par de toallas para tratar de amordazar las dos heridas por las que se me escurre la vida. Llamo a urgencias. Dense prisa, por favor.

Sé que no es demasiado tarde. Casi nunca lo es, pero me quedaría más tranquilo si no hubieran requisado mis cámaras y pudiera grabar este mensaje, asegurarme de que me convierto en el profesor que despierta la conciencia de sus adormecidos alumnos. Si no sobrevivo, ¿quién os dirá todo lo que ellos no quieren que escuchéis?

Ya oigo la sirena de la ambulancia. Sólo he de aguantar un poco más. Los buenos siempre vencen, incluso cuando los malos creen haberlos derrotado. Un jovencísimo Hawke sobre la mesa: “¡Oh capitán, mi capitán!”. La chispa que prende la cerilla. El estallido de la revolución.

Fundido en negro. Final abierto. “Realmente, mañana será otro día”.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Fading

Where are you now? What are you doing? I really need to know. The lack of you is beginning to become unbearable. Don't get me wrong. I know your body is here, but I miss YOU (your absence is an insatiable bulimic devouring my guts). Why did you leave me? Why did you decide to slowly fade away? Pain and thunder and rain and lightening over my amphibious skin. I wish I wasn't that good at healing. I wish my thousand wounds were visible scars, sacrosanct stigmas, a wrecked body for a wicked soul (your silence, the gallows; my pride is the rope). Orphan tongues, dirty spit, barren mouths. I kiss the bottle and swallow that you're gone. Another tight night unable to blur the shade of you, stuttering delusions squeezing my heart and an unmerciful dawn ready to stab my remaining hopes. It's not over til it's over, but we laid down the arms at the first scent of war.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Desencuentros (II)

Esta vez el campo no está minado. Tú no estás y yo no tengo miedo de que el azar vuelva a hacer que colisionen nuestros pasos y es esa ausencia de miedo la que me impide caminar. ¿Qué sentido tiene tratar de esquivar tu trayectoria si ya no orbitamos en el mismo universo? Te odio por dejar que te dejara marchar. Me odio por hacerte creer que eso era justo lo que yo quería. No hablo de kilómetros, sólo de distancia. Y silencio. Helado. Cortante y apuñalador. Y quisiera romper el botellín de cerveza y rasgar tu carótida con los puntiagudos picos de sus restos, contemplar cómo fluye tu sangre, no para verte fallecer, sino para saber que aún sigues vivo, para exteriorizar la hemorragia y no permitir que los humores negros contaminen nuestras venas. Pero tú prefieres morir a derramarte sobre mí y yo estoy cansada de ser la única que se raja las muñecas, de suicidarme en solitario y rezar para que acudas a mi entierro. Vete, termina de marcharte de una vez, júrame que tu huida resulta irrevocable y yo, a cambio, te (d)escribiré siempre.

viernes, 18 de octubre de 2019

ESTO. AQUÍ.

Dejamos que se pudra, no sé si por desidia o por falta de amor. Ya sólo nos contemplamos a través del velo del pus de la mutua incomprensión. Nos regodeamos en el hedor, mientras tratamos de contener el fruto de la náusea. ¿Cómo hemos llegado a ESTO? ¿Podremos escapar de AQUÍ? Trato de salvarlo, de evitar que termine de morir; pero, a veces, sólo quiero dejarlo ir, soltar la cuerda y observar cómo la cometa asciende, liviana, hacia la nada. Ojalá fuera tan fácil. Ojalá una ráfaga de viento bastara para hacer desaparecer el recuerdo de lo que fue, el dolor de lo que es y la frustración de lo que no será. Es un octubre extraño, de hojas que no caen y abrigos que enmohecen en el armario; pero dicen que el otoño nos aguarda, agazapado, detrás de la próxima esquina. ¿Quién me abrazará cuando vuelva a desatarse el temporal? ¿Cómo hacerte volver si no has terminado de marcharte? Ya no hay formas, sólo espacios, vacíos carentes de sentido. Quisiera destruirlos, pero ¿cómo volatilizar la ausencia? Tenerte cerca me hace tanto daño como lo contrario. Por eso permanezco inmóvil, incapaz de optar por uno u otro tipo de muerte, pero también ESTO acabará matándome. Soy un esqueleto disfrazado de cuerpo en un Halloween que dura todo el año. Tú, el espectro que anima cada uno de mis huesos. Yo, la carcasa hueca huérfana de alma. Te culpo a la vez que te absuelvo. Me engaño cada vez que te creo. Arden las llamas del infierno, pero AQUÍ siempre es invierno.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Tormentas (VII)

Era un día extraño, preñado de melancolías epilépticas. No te echaba de menos a ti, sino a quien yo era estando contigo. O, quizá, no fuera así. Tal vez te extrañaba un poco, a ti o a la ficción que había creado en torno a tu recuerdo. Amenazaba lluvia, pero el cielo no se decidía a comenzar a escupir sus reproches sobre nosotros. La ansiedad fue humedeciendo mis contornos hasta desdibujar mis límites. Había tantas cosas que nunca me atrevería a confesarte... Palabras que intenté tragarme y ahogar en los jugos gástricos de mi estómago, pero que, aún hoy, permanecen suspendidas de mis cuerdas vocales, inmunes a la fatiga y al desaliento, empeñadas en sobrevivir al holocausto. Tal vez lo consigan y sea a ti y no a mí a quien exterminen. El tiempo transcurría a trompicones, igual que el pasado que martilleaba entre mis sienes. Yo tampoco quería rendirme, pero la verdad era un río de vómito que trepaba, desbocado, mi garganta. El silencio me escocía entre los labios, mientras regurgitaba las excusas que me incitaban a permanecer callada (la mentira es la coraza que nos protege de la locura). Quería gritar, hendir el aire de quejidos viscerales, acuchillar todas y cada una de nuestras imposibilidades. Pero continué muda, sarcófago de secretos, ánfora de llanto. Y levanté la vista, pero las nubes siguieron sin desgarrar su furia sobre mí. Algunos relámpagos no despiden luz.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Desastres (VII)

Ya no habito mi cuerpo. Nunca viviría en un lugar en el que no pudiera encontrarte.

martes, 3 de septiembre de 2019

Neguri (VI)

Puedo mentirme, decir que no recuerdo la luz de tu risa (tampoco el calor de tus lágrimas bañando mi cuello). Puedo juzgarte, llamarte cobarde, calificarte con mil y un adjetivos que cuestionen tu honor. Puedo fingirme libre del eco del abrigo de tus brazos, extranjera en la meseta de tu pecho, peregrina que jamás se ha dirigido hacia la cruz de tu esternón. Puedo culparte, depositar en tus hombros un nuevo fardo de responsabilidad que no te corresponde, condenarte por todos los pecados que me han conducido hasta este infierno. Puedo tratar de ocultar la lluvia de abril tras un par de flamantes gafas de sol, pero las gotas continuarán repicando tras los cristales, llamando a difunto, reblandeciendo la tierra del cementerio. Puedo acusarte de crímenes de lesa humanidad, de genocidio en masa y actos terroristas perpetrados con nocturnidad y alevosía, pero ¿cómo calcular el número de víctimas cuando las mismas no han sido aún engendradas? O, tal vez, podría enfrentarme al espejo, mirarme a los ojos y reconocer la ausencia de amnesia, la nitidez con la que continúo visualizando todas y cada una de las escenas que protagonizamos juntos, la felicidad y el dolor, la herida aún en combustión. También podría llamarte, verbalizar el error del amor y la inverosimilitud del olvido, el aguijoneante deseo que aún escuece bajo la piel. O, quizá, lo único que necesitemos sea otorgarnos el perdón, porque ambos fuimos coautores del crimen, del puto homicidio por omisión y, aun así, ¿habríamos podido sobrevivir a las consecuencias de la acción? Y recorremos los mismos lugares en momentos tan distintos como inciertos. Y dejamos que el viento agite los silencios y que el tiempo horade la roca del orgullo, pero la erosión es siempre demasiado lenta y el corazón enervantemente proclive a fallecer por falta de oxígeno. Todo se reduce siempre a lo mismo: hace frío y tú no estás.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Ni Romeo ni Julieta

Rota de amor, despellejada viva, palpitante pedazo de carne latiendo entre tus manos. Cuerpo dormido, exhausto de deseo, pacífico cadáver pasajero. Entiérrame en el ataúd de tu caja torácica. Respírame. Tatúa mi olor en tu pituitaria. Luego, escúpeme y amortaja mis restos entre tus sábanas. Detén este nuevo amanecer. Ahorquemos al gallo y a la alondra después. Convirtamos esta habitación en un eterno eclipse de sol (y de luna también). Estoy harta de mendigarte entre la luz, de buscarte tras la niebla del día devastador. Arde tu aliento en mis senos, hierve tu sudor en mi piel, escuece tu saliva en las grietas de mis labios. Y te escribo para recordarte cuando pierda la razón. Y te lloro al darme cuenta de que hace tiempo que dejaste de existir. Y te invento, ahora que tu espectro se desdibuja entre mis dedos. El pasado es un tumor maligno obturando la garganta y yo el doctor que decide no operar.

jueves, 22 de agosto de 2019

The shadows of the Greeks

We had it, but we let it slip away, so fucking silently that we could never be aware of the elephantine loss. It was too good to be real, so we tried our best to prove it a shadow. Plato would have been proud of us. We were outside the cave and forced ourselves into it. We watched the movie and cursed the scriptwriter. Fuck, writers are just sadists, you know? But, what if we have some influence, no matter how tiny it may be, over the next scene of our lives? Yes, I know, it's safer to think the contrary, not to take any responsibility for the slow assassination of what should have been. But we are murderers and no jury could absolve us of all the little omissions that brought us here. Is "here" a place or just a state? I no longer have a clue. I only know that I know nothing. There you go. The Greeks again. Speaking of the devil, wouldn't it be easier if we could drown all our fears in the Aegean Sea?

viernes, 9 de agosto de 2019

Desastres (VI)

Hay silencios que retuercen las entrañas y otros que protegen de la lluvia. Tú siempre has pertenecido a ambas categorías.

sábado, 13 de julio de 2019

Nocturno (VIII)

La casa a oscuras, el cuerpo encendido, tus dedos en guerra alrededor de mi ombligo. Sé que quieres y no quieres seguir avanzando, explorar las grutas que horadaron mineros menos dignos de encontrar una veta dorada. Algunos dicen que tenemos lo que merecemos, otros lo que nos atrevemos a tener, pero tú y yo sabemos que, la mayor parte de las veces, hemos de conformarnos con las migajas que el Azar esparce sobre el mantel. Esta noche es igual que aquella otra noche y, al mismo tiempo, completamente distinta. No llueve ni hace frío, pero las dudas siguen congelando los instintos. Te digo que no importa, que tal vez en la próxima vida... Pero ambos sabemos que no es cierto, que siempre habrá un cepo que aborte nuestra libre carrera por el bosque. Somos dos ciervos que, a diferencia de Endre y Mária, tendrán que contentarse con retozar sobre la nieve en un sueño compartido. O, tal vez, no. Quizá podamos rebelarnos una vez, sólo hoy, bajo el aleteo de los murciélagos de la culpa indebida. ¿No los oyes? Chocan contra el techo, tratando de buscar una salida; pero no hay ventanas abiertas, ni puertas que habiliten la huida, sólo paredes y rejas que aprisionan nuestras manos condenadas. Quiéreme del todo, antes de que el sol tatúe en nuestra piel la quemadura del error. Deja que tus labios surfeen sobre el sudor que resbala por mi espalda erizada. Maullemos con rabia, lamamos con saña, rasguemos el velo del deber que amortaja. Cierra los ojos y descerraja tu pecho, que el dolor que te ahoga me sirva de oxígeno, igual que la primera vez que tus brazos sitiaron mi cuerpo y tus lágrimas fueron preludio del llanto que, desde entonces, anega mis huecos. No quiero pensar, sólo actuar, disolverme en la noche, bañarme en la luna, cantarte desastres que los cuerdos no entienden, besarte, amarte, odiarte. Odiarte. Odiarte. Dime, ¿cuántos más años fingiremos? ¿Cuántos otros días moriremos?

viernes, 31 de mayo de 2019

La madeja roja

Vuelve a mí. Abrázame fuerte. No permitas que reincida en el error de dejarte marchar. Ancla tus brazos a mi espalda y tu pecho a mi esternón. Conviértete en lapa adherida, con saña y determinación, a cada centímetro de mi piel. Sorbe y escupe todo el veneno que ahora circula por mis venas. Quiéreme como no te atreviste a hacerlo ninguna de las madrugadas que naufragamos en la misma orilla del diluvio. Vomítame entre tus sueños y luego vuelve a tragarme de un bocado. Digiere todos mis defectos, especialmente aquéllos que comparten nuestras neuronas más atrofiadas. Deja que tu lengua garabatee tus secretos más inconfesables en el rincón más recóndito del cofre de mi boca de madera con incrustaciones de coral. Desinfectemos nuestras lacerantes yagas con saliva bendita. ¿Eres tú la llave que abre o la que cierra todas las compuertas? ¿Eres tú quien me salva o me condena? ¿El espectro que anuncia la proximidad del fin o el que advierte del peligro para poder eludirlo?

martes, 7 de mayo de 2019

Pulmonary fibrosis

I can't breathe without the oxygen bottle of your lips. Tell me, will you ever come back to bury my corpse within the coffin of your arms? Ours has always been a funerary love or maybe it is that we are funerary people. I only feel at home at cemeteries and life has forced you to learn to be at peace at funeral parlours. If the flesh is to resurrect at the end of times, what's the use in crying over its temporary loss? And yet, I can't stop this cutting sobbing over your intentional (eternal?) departure. Only grey crowy days ahead and a darker oily past behind. I long for any of our angry diatribes against anyone who's not us, but there's no "us" left. You're now part of the outer aching world and I have no partner to share my anger. Take a knife. Stick it into any of my sides. I need to let it all out before the sepsis conquers every inch of my stumbling disoriented body. I'd rather bleed than choke to death, but you would never dare to stab me. Don't you understand you will kill me either way? Chopin's piano still echoes in my head, while your last promise fades away.

domingo, 28 de abril de 2019

El útero del hedor

Quieres que deje de estar enfadada con el mundo, pero no le pides al mundo que deje de apestar. No es la primera ni la última vez que la víctima se convierte en acusado. Soy una mujer violada a la que se le reprocha no haber cerrado las piernas con más fuerza. Lo siento. No soy yo. Son ellos el origen de la náusea, el útero del hedor. No, no voy a calmarme, ni a almibarar con eufemismos las denuncias que a la sociedad no le interesa procesar. Sí, es cierto: odio, mucho, pero sólo porque amo con la misma intensidad. No voy a cambiar. No permitiré que me amputen el clítoris de mi libertad de pensamiento. La ablación de la palabra no extingue la idea amordazada. Podréis quemar a la bruja, pero no impediréis que el humo de su espíritu ascienda hasta las nubes. Su venganza tronará furiosa en las noches de tormenta y vosotros seréis lo suficientemente estúpidos como para creer que es Dios el que os ha enviado este diluvio. Moriréis lapidados por vuestro conspicuo narcisismo y San Pedro jamás os revelará el código de la puerta que custodia. Yo también me quedaré a la intemperie, pero por razones bien distintas, motivos que no vienen al caso, causas que no comprenderías, por más que te las tratara de explicar. Soy una irlandesa que flota mansamente en una piscina de alcohol, pero que se hunde sin remedio en un océano de tierra firme. También la pelirroja que combustiona en contacto con el sol. Soy el disfraz que todos confunden con mi auténtica piel, la máscara que besas cuando crees haber desmaquillado mi rostro, el titiritero y el guiñol, tu deseo y tu ficción.

sábado, 16 de marzo de 2019

El que no mira

Hace tiempo que no me encuentro en el lugar en el que estoy, siglos que te sueño a todas horas, eras geológicas desde que te marchaste. Últimamente observo mucho el cielo. ¿A qué distancia de la Tierra se hace visible el meteorito aniquilador? ¿Cuándo se dieron cuenta los dinosaurios de que iban a morir? ¿Qué tipo de organismos sobrevivirán al próximo cataclismo? La mayor parte de las respuestas científicas nunca aclaran nada. Ésta es la última vez que te pido una explicación. O, mejor dicho, la última vez fue la última vez. Esta vez no te pido nada, ni siquiera la mentira que te cuentas para poder dormir. ¿Por qué habría de querer zafarme del abrazo de mi insomnio? Hace tiempo que me cuesta concentrarme, siglos que confundo el pretérito perfecto simple con el imperfecto, eras geológicas que no vibro al son de sus canciones. Últimamente sólo tengo ganas de gritar, de patear todas las espinillas maleducadas que se cruzan, insolentes, en mi camino, de apuñalar paredes sin oídos ni memoria, sordas a los llantos vespertinos, indolentes a la soledad de los cobardes (a diferencia de Alain Delambre, yo siempre me he considerado una mujer violenta, aunque hasta ahora sólo haya dado rienda suelta a mis instintos más brutales en el ámbito verbal). Dime, ¿te has atrevido ya a ser cola de león o continúas contentándote con ser cabeza de ratón? ¿Por qué nunca me preguntaste mis motivos? ¿No te diste cuenta de que mi silencio era la única arma con la que podía volarte la tapa de los sesos? Y, sin embargo, fue mi sien la que acabó agujereada (tal vez debí haber averiguado el calibre de la bala antes de apretar el gatillo). Hace tiempo que no sé si mi cuerpo es real o tan sólo un espejismo, siglos que arrastro la carcasa de mi alma sedienta sobre la abrasadora arena del desierto de tu ausencia, eras geológicas que muero sin morir en ti. Últimamente me he dado cuenta de que no es más ciego el que no ve, sino el que no mira.

jueves, 21 de febrero de 2019

904 puestas de sol

Era un atardecer perfecto, la puesta de sol idónea para la persona más triste del universo, un final adecuado para todo aquello que nunca nos atrevimos a empezar. Era un sol ambivalente, misericordioso a la par que cruel, hirientemente hermoso a la vez que reconfortantemente deprimente. Era un ocaso envejecido, construido sobre mil ocasos precedentes, un crisol de colores antediluvianos, un lienzo fauvista, una orgía cromática, un cielo tan enfurecido como avergonzado, el atardecer perfecto, pero eso ya lo he dicho al comienzo de estas líneas, aunque quizá debería aclarar que yo era en ese momento la persona más triste del universo, no porque tuviera un verdadero motivo para ello, sino porque nunca supe poner fin al llanto con el que todos nos despedimos del útero materno. El día terminaba, el sol se derretía sobre el horizonte, mi corazón ardía y tú... Tú... Tú hacía tiempo que ya no compartías mis angustias. El taxista conducía como alma que lleva el diablo, yo sólo quería vomitar y el cielo era un alquimista puesto hasta las cejas de anfetas y alcohol. Me acordé de ti o, mejor dicho, de ti y de mí, de aquel otro taxi inundado de lluvia, de ese otro atardecer perfecto en el que nunca llegamos a vislumbrar el fallecimiento del astro rey. Haz que el mundo se detenga, que el tiempo gire en sentido inverso, que nuestras mentes callen y nuestras tripas hablen. Puede que el amor no triunfe, pero deberíamos dejar que, por una noche, nuestros cuerpos se tomen la revancha. Fenece la luz y yo continúo persiguiendo tu fantasma entre las tinieblas de una ciudad que nunca has habitado. ¿Cuándo volverán a colisionar nuestros insomnios?

miércoles, 20 de febrero de 2019

Desastres (V)

Algún día volveremos a coincidir en el espacio, pero nuestros tiempos jamás llegarán a sincronizarse.

martes, 12 de febrero de 2019

Maldito imbécil. Estúpida de mí

Es curioso, pero aún hay días en que creo que podríamos tener alguna posibilidad. Las imágenes cambian de repente, sólo por un instante, y lo que parecía que jamás podría ser se convierte, de pronto, no sólo en factible, sino en lógico y natural; porque lo ilógico y antinatural, más bien absurdo y aberrante, no es eso, sino lo de ahora, por más que tratemos de justificar nuestros errores. La lealtad hacia los demás empieza por uno mismo y tú y yo llevamos demasiado tiempo siendo infieles a nuestras tripas. Me culpo por dejarte marchar, sin darme cuenta de que el origen del desastre se remonta a varios meses antes (puede que 22, para ser más exactos). Creíamos que respetábamos unas barreras que no sólo no eran tales, sino que construimos no tanto para proteger a otros como para aniquilarnos a nosotros mismos. Despreciamos todos aquellos puntos de inflexión que nos brindaron la oportunidad de cambiar el rumbo marcado por nuestras brújulas desimantadas. Preferimos seguir la dirección trazada por una aguja que sabíamos totalmente equivocada, en lugar de tratar de guiarnos por la posición de las estrellas (tú, que sabías los nombres de todas las constelaciones de las que hablan en el Planetario; yo, que nunca he necesitado localizar a la Estrella Polar para saber dónde está mi Norte). Y nos decimos que es demasiado tarde, que ya no podemos hacer nada para cambiar sin destruir a otras personas. Y, sin embargo, basta un leve parpadeo para confundir nuestro abrazo primigenio con cualquiera de los abrazos que aún estaríamos a tiempo de darnos. Maldito imbécil. Estúpida de mí.

jueves, 7 de febrero de 2019

Ficciones (I)

Toda buena ficción se cimienta en una realidad inconfesable.

jueves, 31 de enero de 2019

Desastres (IV)

A veces nuestro mundo se derrumba y la única manera de mantenernos en pie es fingir que no estamos rodeados de escombros.

miércoles, 30 de enero de 2019

Peregrinos (I)

Somos madejas enredadas, hebras de lana sin tejer, proyectos de jersey que nunca llegarán a materializarse. Ambos abrazamos siempre a la persona equivocada, por miedo a arder en el calor del único abrazo que podría haber dado sentido a nuestras vidas. Temblamos, indefensos cachorros abandonados en el callejón más frío de Finlandia. Y ansiamos cerrar nuestros ojos, sólo un momento, tal vez, para siempre. Y nos perdemos para no encontrarnos, para seguir maldiciendo nuestros sinos y justificar nuestros insomnios. Y recorremos los diferentes Caminos de Santiago, pero nunca alcanzamos el prometido jubileo.

martes, 29 de enero de 2019

Desastres (III)

Te enamoraste de todo aquello que jamás me atreví a confesar y yo odié todas las palabras que no me obligaste a pronunciar.

miércoles, 16 de enero de 2019

Alergias (I)

Cosas que me hacen daño: los ácaros, los bivalvos, tu silencio.

martes, 15 de enero de 2019

That fucking song

Hay canciones que cicatrizan y hacen daño, todo al mismo tiempo; canciones que vuelven a ti cuando más las necesitas y menos las esperas; canciones que coreas con una sonrisa entre las desinfectantes lágrimas que se escapan de tus atribulados ojos refractantes; canciones que siempre te pillan con la guardia baja, propinándote un fuerte derechazo directo a la mandíbula; canciones que te resucitan y te matan y te vuelven a resucitar, sin solución de continuidad ni paréntesis para recuperar el aliento; canciones que siempre te llevan a casa, por mucho que hayas errado tu camino. Pero hay UNA CANCIÓN por encima de las otras, la que te destroza y recompone en un lapso de menos de cuatro minutos, la que escuchas sin necesidad de que resuene en tus oídos, aquélla cuya letra fue pescada en el pantano de tu tristeza desde la balsa de tu determinación más enconada, la única que describe a la perfección todo lo que pasó y no pasó entre vosotros, la del piano de acordes terroristas y voz herrumbrosa inmune a cualquier tipo de vacuna antitetánica, la que se oculta tras una maraña de puntos que sólo tú tratas de conectar. Esa puta canción.

lunes, 14 de enero de 2019

Desastres (II)

Te odio, como sólo se aborrece aquello que se anhela. Me odias, como sólo se detesta aquello a lo que se renuncia por propia voluntad.

domingo, 13 de enero de 2019

A monster calls

El libro yace en el fondo de mi bolso. No me apetece abrirlo. Nada de lo que cuenta me resulta mínimamente real. Personajes impostados y sentimientos precocinados. Otro estúpido ejercicio literario sin sentido de una escritora demasiado cobarde como para rasgarse las venas ante sus lectores. Yo sólo quiero vaciarme en estas líneas y que tú te vacíes dentro de mí, pero tú ya no eres TÚ y yo sigo siendo demasiado YO para que tú puedas aproximarte mínimamente sin salir ardiendo. Puede que ése fuera el principal motivo de tu marcha. Algunos sólo queremos provocar el apocalipsis y otros moriríais por conservar intacto este hipócrita mundo de cartón piedra y plastilina. Me enamoré de un hombre roto empeñado en internalizar su hemorragia, pero la herida ha de permanecer abierta hasta que dejemos de sangrar o nuestro corazón cese de bombear oxígeno a nuestros pulmones. Tú querías una tregua y yo agotar la munición, tu pecho convertido en lienzo de mi metralla, tus ojos en laguna Estigia inundada de los cadáveres de aquellos a los que no sabremos resucitar de entre los muertos. Y quisiera destrozarte como Connor O'Malley destrozó el salón de su abuela, pero tú depones las armas y juntas las manos, ofreciendo tus muñecas a mis esposas. No, no quiero esto. Yo no hago prisioneros. Así que te dejo marchar, trocando la victoria por derrota, cincelando otra herida en mi costado, un agujero colmado de tinta, piscina de palabras puntiagudas que desgarran la carne en todas direcciones. Cuanto más me desnudo, más te vistes tú.

viernes, 4 de enero de 2019

Mapas (V)

Recuerdo la noche en la que todo terminó, sólo que entonces no fui consciente de que aquello era el final. Yo bebía todo el vino que tú despreciabas en aras de tu sacrosanta compostura, esa ficción que no dejaba de ser real, tu denodado empeño en no sentir lo que sentías; porque, no nos engañemos, siempre pensaste que aquello que tu corazón más ansiaba estaba mal, rematadamente mal. Supongo que ésa era la principal diferencia entre nosotros: yo creía en "Jude" y tú, a día de hoy, sigues sin haberla visto, no vaya a ser que se dinamiten tus erróneos esquemas cuadriculados. Hubo un día después de aquella noche y otra noche indigna de tal calificativo, porque no existió luna que alumbrara nuestro insomnio, ni lobos que aullaran nuestra pena y ambos confundimos a los vampiros con humanos, sólo porque atisbamos una sombra en el espejo. Y aunque aún no llovía, el espeso gris del océano de nubes que planeaba sobre nuestras destartaladas cabezas presagiaba un nuevo diluvio universal; pero yo pensaba que el cielo estaba, nuevamente, equivocado y tú creías que un paraguas del Primark bastaría para resguardar a nuestros corazones de secano. El avión llegó tarde, pero nosotros nos fuimos pronto, porque ninguno de los dos quería prolongar la agonía o, tal vez, era la felicidad lo que pretendíamos esquivar. Al fin y al cabo, tanto la alegría como la tristeza son capaces de provocar lágrimas.