Es posible que una parte de ti nunca despierte, que permanezca para siempre dormida en mi regazo, tu pena acunada en mi entrepierna, mis colmillos de vampiro ahuyentando los demonios que pueblan tus pesadillas más sangrientas. Dime todo lo que temes y yo te convenceré de que puedes sobrevivir al holocausto, mentón de Aquiles, talón de Ulises, pulmón de Glauco. Siempre habrá un caballo de madera que sirva de escondite a nuestro llanto, cascada de lágrimas como lluvia de flechas griegas disparadas contra Troya. Vacía la nube. Escurre el dolor sobre la tierra agrietada de injusticias. Sueña, mientras un rebaño de hadas esquiladas del polvo que otorgaría magia a nuestras alas, abanica lentamente la angustia de tu mirada devastada por las dudas. Yo tampoco soporto el aplastante peso de la bruma, el amenazante aullido de los lobos, la gelatinosidad del puente que conduce a la otra orilla. Y, sin embargo, CREO, con la ferocidad del niño y la tozudez del toro, porque el esqueleto que vertebra el mundo es tan invisible como el aire que ahora transporta tu lamento, porque la linfa que nutre el universo se compone de deseos tan fugaces que nadie se atreve nunca a formularlos, porque la vida no es sueño, sino delirio esquizofrénico, espejismo sin desierto, amalgama de sombras que nunca supieron proyectarse en la caverna. Demasiado Platón entre los párpados y ningún Prozac descendiendo la garganta. El eco de un abrazo rebotando en las paredes de las sienes, la sonrisa que Leonardo nunca supo dibujar, ocho letras enterradas por el miedo, la bala que ni tú ni yo osamos disparar.