domingo, 28 de abril de 2019

El útero del hedor

Quieres que deje de estar enfadada con el mundo, pero no le pides al mundo que deje de apestar. No es la primera ni la última vez que la víctima se convierte en acusado. Soy una mujer violada a la que se le reprocha no haber cerrado las piernas con más fuerza. Lo siento. No soy yo. Son ellos el origen de la náusea, el útero del hedor. No, no voy a calmarme, ni a almibarar con eufemismos las denuncias que a la sociedad no le interesa procesar. Sí, es cierto: odio, mucho, pero sólo porque amo con la misma intensidad. No voy a cambiar. No permitiré que me amputen el clítoris de mi libertad de pensamiento. La ablación de la palabra no extingue la idea amordazada. Podréis quemar a la bruja, pero no impediréis que el humo de su espíritu ascienda hasta las nubes. Su venganza tronará furiosa en las noches de tormenta y vosotros seréis lo suficientemente estúpidos como para creer que es Dios el que os ha enviado este diluvio. Moriréis lapidados por vuestro conspicuo narcisismo y San Pedro jamás os revelará el código de la puerta que custodia. Yo también me quedaré a la intemperie, pero por razones bien distintas, motivos que no vienen al caso, causas que no comprenderías, por más que te las tratara de explicar. Soy una irlandesa que flota mansamente en una piscina de alcohol, pero que se hunde sin remedio en un océano de tierra firme. También la pelirroja que combustiona en contacto con el sol. Soy el disfraz que todos confunden con mi auténtica piel, la máscara que besas cuando crees haber desmaquillado mi rostro, el titiritero y el guiñol, tu deseo y tu ficción.