Bebo para recordarte, para revivir aquellos días en que anochecía pronto, hacía frío y sólo el alcohol y el amor mantenían la sangre circulando por nuestras venas. Pero no era amor, sólo deseo o, tal vez, nada más que anhelo (de aquello que fue, pero nunca tuvimos). Un bar ahumado, una huérfana bufanda, un chiste tan absurdo como genial. Todo parece ahora tan lejano, que sólo adquiere consistencia entre los vapores etílicos de esta cálida noche de una primavera prematura. Si supiera que volveré a verte no necesitaría esculpirte en estas líneas. A veces te invento en escenarios que no pisamos juntos y, otras, te borro de lugares que fueron testigos de nuestra simultánea coexistencia en el tiempo y el espacio, cuando no eras mío ni necesitaba que lo fueras. Hay abismos que no se salvan con palabras, sino con miradas, lustros teñidos de sangre que moldearon el carácter de los cautivos y la voluntad de los oprimidos. Tañen las campanas, sin que resuciten los muertos, pero avivando a los fantasmas. Y trago aquello que me hiere, pero que nunca termina de matarme. Y te escupo la forma, pero no el cuerpo. Y bebo, para recordarme sin obviarte.