- Tienes mucho que perder y poco que ganar, ¿por qué sigues jugando?
- Porque si no juego no puedo ganar y no ganar es sinónimo de perder.
- Pero mejor perder poco que perder mucho.
- Perder es siempre horrible, no importa la cuantía. Y, sin embargo, ganar es siempre algo maravilloso, por poco que sea.
- Pero si perder es horrible, ¿por qué arriesgarse a hacerlo?
- Porque es la única manera de poder ganar y experimentar la indescriptible sensación de la victoria.
- ¿Y si la victoria no tiene lugar? ¿Y si lo único que te queda es una interminable lista de dolorosas derrotas?
- Eso es imposible.
- ¿Por qué? Hay personas que se pasan la vida perdiendo constantemente.
- Un intento fallido es ya un pequeño triunfo, un leve éxito, una mínima victoria. Cuando juego y pierdo siempre se me dibuja una irónica sonrisa en mi cara derrotada. Pero cuando decido no arriesgarme y dejo de apostar en el juego de la vida no hay nada ni nadie capaz de hacer que las comisuras de mis labios se eleven ligeramente. Así que juega siempre y disfruta de las derrotas evitables de las que todo el mundo huye y no le cuentes a nadie lo que se siente al ganar cuando nadie más se ha atrevido a apostar.
- Lo siento, pero el miedo a perder es demasiado grande.
- Y el deseo de ganar demasiado pequeño.
- Te equivocas. Claro que quiero ganar, pero me aterra perder.
- Eres tú quien se equivoca. Cuando realmente deseas ganar acabas apostando a un sólo número; aunque el miedo a la derrota amenace con taladrar tu estómago, nuble tu vista, convierta tus piernas en gelatina temblorosa o te provoque ganas de vomitar. El deseo de ganar se apodera de todo tu ser y sepulta al cobarde miedo bajo toneladas de infantil inconsciencia. Y te juegas todo a una sola carta, por más que sepas que la probabilidad de ganar tiende a cero, por más que tu mente te repita sin cesar las funestas consecuencias de la derrota, por más que sepas que deberías dejar de jugar. Y, a veces, muy de vez en cuando, el universo se divierte con tu comportamiento kamikaze y decide premiarlo con una victoria inesperada e imposible. Y entonces todo cobra sentido y te olvidas de las dolorosas derrotas anteriores. Y la esperanza de alcanzar ese momento perfecto justifica cualquier tipo de apuesta absurda.
-¿Jugamos?
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