Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
lunes, 28 de febrero de 2011
Dos peces atrapados sin red
Ya no te odio y tú ya no me quieres. Sólo somos un reflejo de lo que pudimos ser, una gota de rocío que se evapora al amanecer, los ecos del ayer, dos peces atrapados sin red.
sábado, 19 de febrero de 2011
Bécquer y Keats y otros ilusos de postín
A veces trato de adivinar qué me condujo hasta ti, la concatenación exacta de las casualidades que, según Kundera, existen en toda historia de amor que se precie y que provocaron que nuestras almas colisionaran aquella fría noche del mes de diciembre.
Yo estaba en la ciudad equivocada y tú en el país que más odiabas y ninguno teníamos fe alguna en el destino y mucho menos aún en ese estúpido sentimiento llamado amor. Pero no fue la casualidad la que nos reunió. Yo buscaba a alguien con quien olvidarme momentáneamente de quien no podía extirpar de mi pensamiento y tú necesitabas a alguien con quien entretenerte hasta que llegara la hora de ir al aeropuerto. No, no hubo casualidad alguna que nos reuniera. Tú buscabas a cualquiera y yo ansiaba a alguien y acabamos en la primera barra de corazones solitarios que se cruzó en nuestro camino.
Eran muchos los candidatos disponibles, pero tú me elegiste antes que nadie, no porque hubieras tenido un idiota flechazo, sino porque era la primera tía que entraba en aquel bar desde que tú estabas en él y no querías perder el tiempo. Te acercaste, me dijiste que cogías un avión a las siete de la mañana y que no querías pasar la noche solo. Yo te dije que tampoco quería pasar la noche sola y que podíamos ir a mi casa, que estaba cerca. Me contestaste que sería mejor ir a tu habitación de hotel, no por nada, sino porque no querías invadir mi intimidad. Me pareció una buena explicación y una grandísima idea y como tu hotel también estaba cerca no tardamos ni dos minutos en traspasar el umbral del templo de la impersonalidad.
No, no hubo casualidades en nuestra historia. Tú me buscabas y yo te buscaba, aunque podíamos haber encontrado a cualquier otra persona. Sí, ya sé. Dirán los novelistas que el hecho de que tú me encontraras a mí y de que yo te encontrara a ti y no a cualquier otra persona ya es en sí una gran casualidad, como también puede ser una enorme casualidad que ambos entráramos en ese bar y no en otro cualquiera de los múltiples santuarios del alcohol que pueblan esta maldita ciudad y que también resulta casual que tú tuvieras que ir por negocios a la capital de la tristeza justo el día en el que yo acababa de instalarme en el número 117 de la Avenida de las Lágrimas.
Perdona. Me estoy poniendo poética y metafórica y no es eso lo que quería hacer, sino más bien todo lo contrario. Deseo firmemente demostrar que no hay ni hubo nada extraordinario en nuestro encuentro y que nuestra historia es la más prosaica y vulgar que haya existido nunca. Pero, por más que lo intento, no lo consigo. No, no hubo casualidad alguna que nos uniera, pero la perfección de aquel primer beso tampoco fue casual. Después de leer a Bécquer y a Keats, a Schakespeare y a Cernuda, a Aleixandre y a Dante, a Byron y a Verlaine, a mil y un poetas especializados en loar la gloria de los besos de amor eterno, debería haber estado preparada para ello, pero supongo que nunca terminé de creerme sus sangrantes versos.
Te acercaste dispuesto a devorarme de un bocado, no porque me desearas especialmente, sino porque tu tiempo comenzaba a agotarse. Yo cerré los ojos y te entregué mis labios, rezando para que supieras cómo usarlos. ¿Sería capaz de olvidarme de él por una noche? Ya lo había intentado otras veces, pero nunca había funcionado. Nuestros labios se rozaron, luego se apretaron y finalmente se traspasaron. Nuestras lenguas se buscaron y se encontraron, se retorcieron y enredaron, se reconocieron y abrazaron. Fue un baile sincronizado, algo que parecía ensayado, la lectura de un guión ya redactado. Ambos nos asustamos al mismo tiempo, nos separamos y nos miramos.
Ese beso no era nuevo. Yo ya lo había soñado mil veces antes de conocerte. Se encontraba enterrado en el fondo de mi inconsciente, como una mancha de otra vida que nunca había sido capaz de limpiar o de borrar. Sabía que tú sentías lo mismo, aunque no lo dijeras, aunque utilizaras tu mejor cara de póker para convencerme de que no pasaba nada. Te dije que tenía que irme, que era tarde y que al día siguiente trabajaba. Me dijiste que no te importaba, que también tenías que madrugar y que estabas cansado. Me fui antes de que la tentación de zambullirme en ti de cabeza y sin taparme la nariz pudiera obligarme a quedarme a tu lado.
Lo conseguí. Ya no me acuerdo de él. Ya sólo pienso en ti. Y ni sé ni entiendo por qué. Las almas gemelas no existen. Lo más a lo que podemos aspirar es a encontrar a un alma compatible. No, ninguna casualidad me llevó hasta ti. Nuestra historia de amor no sirve para escribir un libro. De hecho, no tenemos historia de amor. Ni siquiera historia de sexo. Tan sólo un encuentro fugaz, un beso y una huida en estampida. Sólo eso y nada más. Pero ahora pienso que todos esos irreales poemas eran verdad y que tú eres mi otra mitad y te busco en la barra de cualquier bar, consumando lo que aquella noche no llegamos a consumar, cerciorándome de que no hay más besos perfectos en el mar, olvidándome por unos segundos de que no te consigo olvidar.
No sé tu nombre, ni tú el mío. No hay forma de que te pueda encontrar, por más que te pretenda buscar. Puede que sólo fueras un sueño que Morfeo seleccionó al azar. Puede que tú mismo seas una casualidad.
En realidad no te quiero encontrar, pero eres el único motivo por el que continúo en esta horrible ciudad.
Yo estaba en la ciudad equivocada y tú en el país que más odiabas y ninguno teníamos fe alguna en el destino y mucho menos aún en ese estúpido sentimiento llamado amor. Pero no fue la casualidad la que nos reunió. Yo buscaba a alguien con quien olvidarme momentáneamente de quien no podía extirpar de mi pensamiento y tú necesitabas a alguien con quien entretenerte hasta que llegara la hora de ir al aeropuerto. No, no hubo casualidad alguna que nos reuniera. Tú buscabas a cualquiera y yo ansiaba a alguien y acabamos en la primera barra de corazones solitarios que se cruzó en nuestro camino.
Eran muchos los candidatos disponibles, pero tú me elegiste antes que nadie, no porque hubieras tenido un idiota flechazo, sino porque era la primera tía que entraba en aquel bar desde que tú estabas en él y no querías perder el tiempo. Te acercaste, me dijiste que cogías un avión a las siete de la mañana y que no querías pasar la noche solo. Yo te dije que tampoco quería pasar la noche sola y que podíamos ir a mi casa, que estaba cerca. Me contestaste que sería mejor ir a tu habitación de hotel, no por nada, sino porque no querías invadir mi intimidad. Me pareció una buena explicación y una grandísima idea y como tu hotel también estaba cerca no tardamos ni dos minutos en traspasar el umbral del templo de la impersonalidad.
No, no hubo casualidades en nuestra historia. Tú me buscabas y yo te buscaba, aunque podíamos haber encontrado a cualquier otra persona. Sí, ya sé. Dirán los novelistas que el hecho de que tú me encontraras a mí y de que yo te encontrara a ti y no a cualquier otra persona ya es en sí una gran casualidad, como también puede ser una enorme casualidad que ambos entráramos en ese bar y no en otro cualquiera de los múltiples santuarios del alcohol que pueblan esta maldita ciudad y que también resulta casual que tú tuvieras que ir por negocios a la capital de la tristeza justo el día en el que yo acababa de instalarme en el número 117 de la Avenida de las Lágrimas.
Perdona. Me estoy poniendo poética y metafórica y no es eso lo que quería hacer, sino más bien todo lo contrario. Deseo firmemente demostrar que no hay ni hubo nada extraordinario en nuestro encuentro y que nuestra historia es la más prosaica y vulgar que haya existido nunca. Pero, por más que lo intento, no lo consigo. No, no hubo casualidad alguna que nos uniera, pero la perfección de aquel primer beso tampoco fue casual. Después de leer a Bécquer y a Keats, a Schakespeare y a Cernuda, a Aleixandre y a Dante, a Byron y a Verlaine, a mil y un poetas especializados en loar la gloria de los besos de amor eterno, debería haber estado preparada para ello, pero supongo que nunca terminé de creerme sus sangrantes versos.
Te acercaste dispuesto a devorarme de un bocado, no porque me desearas especialmente, sino porque tu tiempo comenzaba a agotarse. Yo cerré los ojos y te entregué mis labios, rezando para que supieras cómo usarlos. ¿Sería capaz de olvidarme de él por una noche? Ya lo había intentado otras veces, pero nunca había funcionado. Nuestros labios se rozaron, luego se apretaron y finalmente se traspasaron. Nuestras lenguas se buscaron y se encontraron, se retorcieron y enredaron, se reconocieron y abrazaron. Fue un baile sincronizado, algo que parecía ensayado, la lectura de un guión ya redactado. Ambos nos asustamos al mismo tiempo, nos separamos y nos miramos.
Ese beso no era nuevo. Yo ya lo había soñado mil veces antes de conocerte. Se encontraba enterrado en el fondo de mi inconsciente, como una mancha de otra vida que nunca había sido capaz de limpiar o de borrar. Sabía que tú sentías lo mismo, aunque no lo dijeras, aunque utilizaras tu mejor cara de póker para convencerme de que no pasaba nada. Te dije que tenía que irme, que era tarde y que al día siguiente trabajaba. Me dijiste que no te importaba, que también tenías que madrugar y que estabas cansado. Me fui antes de que la tentación de zambullirme en ti de cabeza y sin taparme la nariz pudiera obligarme a quedarme a tu lado.
Lo conseguí. Ya no me acuerdo de él. Ya sólo pienso en ti. Y ni sé ni entiendo por qué. Las almas gemelas no existen. Lo más a lo que podemos aspirar es a encontrar a un alma compatible. No, ninguna casualidad me llevó hasta ti. Nuestra historia de amor no sirve para escribir un libro. De hecho, no tenemos historia de amor. Ni siquiera historia de sexo. Tan sólo un encuentro fugaz, un beso y una huida en estampida. Sólo eso y nada más. Pero ahora pienso que todos esos irreales poemas eran verdad y que tú eres mi otra mitad y te busco en la barra de cualquier bar, consumando lo que aquella noche no llegamos a consumar, cerciorándome de que no hay más besos perfectos en el mar, olvidándome por unos segundos de que no te consigo olvidar.
No sé tu nombre, ni tú el mío. No hay forma de que te pueda encontrar, por más que te pretenda buscar. Puede que sólo fueras un sueño que Morfeo seleccionó al azar. Puede que tú mismo seas una casualidad.
En realidad no te quiero encontrar, pero eres el único motivo por el que continúo en esta horrible ciudad.
miércoles, 9 de febrero de 2011
Habitación en Roma
A lo largo de la historia, la línea que separa lo erótico de lo pornográfico ha sido siempre muy delgada y sumamente cambiante. Hace un par de siglos mostrar los tobillos en público era propio de las meretrices más concupiscentes, mientras que hoy día el no hacerlo es un claro signo de represión sexual. No voy a entrar a dirimir si "Habitación en Roma" es o no una película pornográfica (no existe ningún primer plano de los genitales de sus dos protagonistas, por lo que entiendo que el film no puede ser calificado con tan deleznable adjetivo), sino que me ceñiré a explicar por qué considero que el último trabajo de Julio Medem no puede ser calificado como arte. Y es que, cuando fallan tanto la forma como el contenido, no puede hablarse de CINE, sino de otra cosa. La premisa inicial podría resultar prometedora: una española y una rusa coinciden casualmente en Roma. La primera, lesbiana salida hace mucho del armario, conquista a la segunda, confesa heterosexual, y la convence para que suba a su habitación de hotel. Ésta no es la primera ni la última película en la que se exploran las posibilidades de un flechazo repentino y casi mortal entre dos extraños que deberán separarse a la mañana siguiente (sin ir más lejos, véase "Antes del amanecer"), pero el director vasco no sabe o no puede desarrollar la historia y se limita a ofrecer cuarto y mitad de Elena Anaya y Natasha Yarovenko, enlazando las diversas escenas de cama con diálogos que pretenden ser originales e intelectuales, pero que acaban resultando banales y artificiales, cuando no pedantes. Si a esto le añadimos el hecho de que las dos actrices son incapaces de fingir mínimamente una irrefrenable atracción lésbica entre ambas, el resultado es una película carente de ritmo e interés, que sólo podrá entretener a los admiradores de ambas beldades, pero nunca a quien se siente en la butaca esperando a que le cuenten algo. El resumen de lo narrado es bien simple: Alba se camela a Natasha y follan en la habitación de hotel de la primera, luego mantienen una estúpida conversación y vuelven a follar, nueva conversación estúpida y nuevo polvo y así una y otra vez durante la algo más de hora y media que dura el film. No obstante, hay que reconocerle cierto mérito a Medem y es que pocos saben rodar las escenas de cama con la maestría de este director. Ahora bien, si dichas escenas no se insertan dentro de un contexto creíble y atrayente por sí mismo, rodar una película que no sea pornográfica carece de sentido. Como también carece de sentido que la Academia nomine al Goya como mejor actriz a la siempre sobreactuada Elena Anaya. Tampoco supone ninguna revelación, a pesar de su nominación, el debut de Natasha Yarovenko, más preocupada por aparecer guapa en pantalla que por interpretar correctamente su papel. Aunque lo que ya me parece de traca y de todo punto inexplicable es que los académicos se entretengan en nominar como mejor guión adaptado la sarta de pedanterías supuestamente románticas que tratan de convertir en epopeya amorosa lo que sólo es un terrenal encuentro sexual. Nos encontramos muy lejos de la poesía literaria y visual de "Los amantes del Círculo Polar" y sólo las canciones de Russian Red aportan el romanticismo melancólico preciso para poder plantearnos la posibilidad de que estemos hablando de amor y no de sexo. Desgraciadamente, sólo la banda sonora resulta poética en una película más propia de una sala X que de la Gala de los Goya.
lunes, 7 de febrero de 2011
También la lluvia
Con los Goya a la vuelta de la esquina, creo que merece la pena echar un breve vistazo a alguna de las películas nominadas y qué mejor manera de hacerlo que comenzando con una de las máximas favoritas, "También la lluvia".
Icíar Bollaín vuelve a demostrar su preferencia por los temas político-sociales más controvertidos y realiza una dura autocrítica no sólo a la genocida conquista de América por parte de los españoles, sino también al sentimiento de superioridad que sigue embargando a los miembros de la raza blanca hoy día al compararse con los habitantes del supuesto Tercer Mundo. Una gran ambientación, una cuidada factura técnica, un casi insuperable elenco de actores y una banda sonora a cargo de Alberto Iglesias parecen avalar sobradamente la decisión de la Academia española de Cine de proponer esta película como candidata al Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Desgraciadamente, no es oro todo lo que reluce y es que todo lo anterior no resulta suficiente para enmascarar la inconsistencia de un guión excesivamente pueril y totalmente lleno de tópicos y lugares comunes. La idea de partida es más que buena, pero los personajes pronto resultan excesivamente arquetípicos y predecibles, limitándose a recitar diálogos infantilmente tendenciosos que pretenden retratar un mundo de blancos y negros en el que no existe ni un resquicio para la gama de grises que invade la realidad. Todo lo cual resultaría más o menos soportable, si no fuera por el giro de 180º que experimenta el personaje de Luis Tosar hacia el final de la película, pasando de villano a héroe en cuestión de segundos y sin ningún hecho externo o causa interna capaz de explicar su nuevo modo de proceder. Llegamos así a un final totalmente incongruente con el resto del metraje y que parece tratar de evitar que el espectador se vaya a casa con un mal sabor de boca, desapareciendo la valentía inicial con la que se afrontan los peliagudos temas planteados a lo largo del film. Para mi gusto, una obra menor de la directora madrileña, por muchos premios que acabe llevándose este domingo.
viernes, 4 de febrero de 2011
Mil palabras
Mil palabras inventadas anteayer retumban en mi cabeza justo antes de comenzar a arder. Mil palabras recitadas sin querer, del derecho y del revés, pican el anzuelo depositado a tus pies. Mil palabras parecidas a tus dudas repentinas. Mil palabras vespertinas excavadas en la mina, examinadas, valoradas y desechadas. Mil palabras acortadas, primero calladas, después gritadas. Mil palabras que resumen por qué no soy valiente, pero sí ambivalente. Mil palabras recurrentes, pegadas a los dientes. Mil palabras sin pronunciar, que duelen hasta matar. Mil palabras. Nada más.
martes, 1 de febrero de 2011
Un poco más de la mejor música del 2.010 (III)
Y ya para terminar definitivamente con este pequeño repaso musical del 2.010, debo hacer mención de lo último de uno de mis grupos favoritos. Por muy desconocidos que puedan ser, Hermanos Fulcanelli trío son la prueba viviente de que la calidad musical no siempre es directamente proporcional a la fama adquirida por el artista y es que, a día de hoy, sigo sin entender cómo canciones como la magistral "Analgésicos", o las también inconmensurables "Dos Uno Cero(Un amor binario)", "Encuentro nocturno" o "La cicatriz", por poner sólo algunos ejemplos, permanecen en el anonimato de los grupos aún por descubrir. Definitivamente, algo no anda bien en el panorama musical de este país. En cualquier caso, os dejo con la última canción que han colgado en su myspace, ya a finales de 2.010 y que, por supuesto, no pierde ni un ápice de calidad por no estar incluida en ningún disco. Señoras y señores, con todos ustedes, "Perfumado en exceso".
"Confiesas al fin que soy demasiado bueno. Tan bueno para ti, que sé que algo hice mal. Te tienes que marchar y niegas con el dedo. Ya no puedes hablar. Ya no puedes hablar y entonces cómo voy a llegar si no sé cuándo ni dónde irás".
Etiquetas:
Hermanos Fulcanelli trío,
Perfumado en exceso
Mi cita del día
"Fantaseemos
propuso Nadezhda
fantaseemos fantasías:
El más feroz
de los escorpiones automáticos
grita con acento extranjero".
Pedro Casariego Córdoba
propuso Nadezhda
fantaseemos fantasías:
El más feroz
de los escorpiones automáticos
grita con acento extranjero".
Pedro Casariego Córdoba
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