Vuelve a mí. Abrázame fuerte. No permitas que reincida en el error de dejarte marchar. Ancla tus brazos a mi espalda y tu pecho a mi esternón. Conviértete en lapa adherida, con saña y determinación, a cada centímetro de mi piel. Sorbe y escupe todo el veneno que ahora circula por mis venas. Quiéreme como no te atreviste a hacerlo ninguna de las madrugadas que naufragamos en la misma orilla del diluvio. Vomítame entre tus sueños y luego vuelve a tragarme de un bocado. Digiere todos mis defectos, especialmente aquéllos que comparten nuestras neuronas más atrofiadas. Deja que tu lengua garabatee tus secretos más inconfesables en el rincón más recóndito del cofre de mi boca de madera con incrustaciones de coral. Desinfectemos nuestras lacerantes yagas con saliva bendita. ¿Eres tú la llave que abre o la que cierra todas las compuertas? ¿Eres tú quien me salva o me condena? ¿El espectro que anuncia la proximidad del fin o el que advierte del peligro para poder eludirlo?
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