I'm still there, my heart frozen in the very instant when the earliest beam of light started to caress your unshaven sleeping face. I wanted to melt into the sun, to be part of it, so that I could reach you and brighten your sorrows; but I couldn't dissolve myself into the air and my corporeality kept me away from you. No one's to blame but the immutability of the flesh. I cannot tell how long that transcendental moment lasted. Time was no longer running, not even walking. Clocks momentarily ceased to kill us and the Parcae put off our execution. At some point you opened your eyes and I closed mine, pretending that oasis of truth had never existed. I felt the warmth of your gaze or, maybe, I just made it up. What if it never occurred? What if I just dreamed you? But then I also must have dreamed me. Is that even possible? When did we wake up? Am I awake now? Because I'm still there, always there, my heart moved by the tenderness with which the sun kissed your vulnerable silhouette; my body craving the release of your touch; yours, petrified, so close to me and, at the same time, so fucking away as now.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
lunes, 14 de septiembre de 2020
sábado, 12 de septiembre de 2020
England (I)
Hay cosas que no pensé, pequeños cataclismos que devinieron en desastres, un cotidiano rosario de dolorosas lentas formas de morir. Recuerdo la noche, la lluvia, el sabor de la cerveza en tu boca, la certeza del adiós acuchillando mis ojos, volviéndome ciega, desbocando el instinto, desnudando el deseo, despellejando la carne hasta llegar al hueso. Todo lo demás no importa, se desvanece al regresar a casa y no tener más remedio que enfrentarme a la realidad del espejismo. Inventamos motivos que nos hicieron perder la razón. Diseñamos laberintos en los que perdernos. Esperamos eternamente en el bullicioso hall de aquel gris aeropuerto. Fingimos que jamás fuimos a la guerra, por más que nos desmientan las cicatrices que troquelan nuestros torsos. Vendamos las heridas, ignorando la sangre que tintaba nuestras ropas. Evitamos el cementerio, pero no el hospital en el que fallecieron nuestros sueños. El tiempo pasa, pero la hemorragia no se detiene. Te busco en cada beso que no doy, en cada posibilidad que estrangulo entre mis manos, en cada charco solitario que no dinamito de una patada, pero su fondo nunca custodia tu reflejo, porque tú ya sólo existes en la retina de mi recuerdo, congelado en ese instante prehistórico en el que nos limitamos a ser sin pretender, tus dedos tatuados en el hueco de los míos, tu angustia diluida en mi ansiedad, mil millones de secretos que no necesitábamos confesar...
jueves, 3 de septiembre de 2020
Big
Todo sigue igual, por más que parezca que ha cambiado: yo, buscando excusas que me acerquen a ti, con el inconfesable deseo de que tú no permitas que se acorte demasiado la distancia; tú, reduciendo los espacios, seguro de que seré yo la que acabará por alejarse. No hay pérdida ni ganancia, sólo dolor, soledad y falsa pertenencia a cuerpos que no albergan el alma adecuada. ¿Adecuada para quién? ¿Para nosotros o para las musas? Leo a Pizarnik como quien se chuta heroína. Supongo que ella escribía de la misma forma, aunque lo explicase de una manera mucho más bella. El tiempo sigue detenido y yo anclada a un momento mucho anterior al del colapso; sólo que ese momento no es único, sino fragmentado, diluido entre los diversos escenarios que presenciaron el suicidio del amor. ¿Sabes que volví a allí? Bueno, no a allí exactamente o, mejor dicho, no a todos los allís. Me creía fuerte e invencible. Esta vez nadie se equivocó al predecir mi futuro, pero yo debería haber adivinado cómo acabaría todo aquello. Ahorrémonos los detalles. Ya escribí sobre eso en alguna otra parte. Dime, ¿has dejado ya de odiarme o aún lo haces a escondidas, cuando nadie te ve y donde nadie nos oye, en el centro de este bosque que circunda las palabras suspendidas en los labios y las caricias amortajadas en la punta de los dedos? Yo lo hago, me detesto con todas mis fuerzas, sobre todo, cuando el viento ulula en mi ventana y el mar me reclama desde orillas de piedra y musgo. Alejandra lo habría expresado mejor, pero no de modo más sincero. El miedo a que sea lo que tiene que ser y a perderme en el intento. El horror de la certeza. La imponderabilidad de los planes del azar. La esperanza de que, alguna vez, acertemos por error.
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