Hay cosas que no pensé, pequeños cataclismos que devinieron en desastres, un cotidiano rosario de dolorosas lentas formas de morir. Recuerdo la noche, la lluvia, el sabor de la cerveza en tu boca, la certeza del adiós acuchillando mis ojos, volviéndome ciega, desbocando el instinto, desnudando el deseo, despellejando la carne hasta llegar al hueso. Todo lo demás no importa, se desvanece al regresar a casa y no tener más remedio que enfrentarme a la realidad del espejismo. Inventamos motivos que nos hicieron perder la razón. Diseñamos laberintos en los que perdernos. Esperamos eternamente en el bullicioso hall de aquel gris aeropuerto. Fingimos que jamás fuimos a la guerra, por más que nos desmientan las cicatrices que troquelan nuestros torsos. Vendamos las heridas, ignorando la sangre que tintaba nuestras ropas. Evitamos el cementerio, pero no el hospital en el que fallecieron nuestros sueños. El tiempo pasa, pero la hemorragia no se detiene. Te busco en cada beso que no doy, en cada posibilidad que estrangulo entre mis manos, en cada charco solitario que no dinamito de una patada, pero su fondo nunca custodia tu reflejo, porque tú ya sólo existes en la retina de mi recuerdo, congelado en ese instante prehistórico en el que nos limitamos a ser sin pretender, tus dedos tatuados en el hueco de los míos, tu angustia diluida en mi ansiedad, mil millones de secretos que no necesitábamos confesar...
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