Ódiame. Eso lo hará más fácil. Trasládame toda la culpa. Exímete de cualquier atisbo de responsabilidad. Escupe tu desprecio sobre mi recuerdo. Crucifícame. Yo, la mariposa. Tú, el entomólogo que traspasa mi cuerpo con el alfiler de la incomprensión. No lloro. Sólo grito entre suspiros de lavanda y grosella. Sangre púrpura. Piel violeta. Me escondo de todo aquello que no entiendo, de la sombra de tu cuerpo sobre el contorno de mis dudas, del eco de tu beso más esquivo, del silencio que amortaja nuestra historia. Saberte cerca no secciona la magnitud de la imposibilidad que nos circunda. Quise y no quise morir y resucitar al tercer día y, ahora que me has sepultado antes de exhalar mi último aliento, no puedo más que perdonar la clarividencia de tu decisión. No des marcha atrás. Arroja más tierra sobre mí. No te enamores del espejismo. Yo no soy ésa, sino esta otra, lombriz de tierra que horada túneles bajo la superficie para poder vivir. Tú eres aire y yo arena. Por eso me esparcí en mil direcciones en contacto con tu aliento. Por eso continúo desmembrándome sin que ni tú ni nadie logréis aglutinar todos mis pedazos. Ódiame. Eso lo hará más fácil o, al menos, te dará un motivo para seguir pensando en mí renunciando a estar conmigo.
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