Me enredo en la escalera de caracol que sube hasta tu habitación y trepo como la hiedra por los barrotes de tu balcón.
No quiero meterme en tu cama, sino tan sólo posarme en tu almohada para espantar las pesadillas que anegan tu mirada de niño perdido antes de llegar al País de Nunca Jamás.
Observo el sudor que convierte en pantano cenagoso tu piel bronceada por un sol abrasador.
Imagino tu sabor salado y resisto la tentación de hundirme en tus arenas movedizas.
El colchón se hunde bajo el peso de tu culpa y yo no sé cómo aliviar tu conciencia de los pecados de vidas pasadas.
Cuando suene el despertador me esconderé en un rincón de tu corazón y fingiré que nunca estuve velando tu dolor.
Y cuando salga el sol evitaré que te conviertas en piedra como un troll.
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