lunes, 16 de agosto de 2010

El primer entierro



Robo metáforas redondas a los frutales del Edén y bebo de la sangre de Abel el agridulce regusto del pecado original. Sigo la mirada perdida de un Adán sin personalidad, pero no encuentro al escurridizo reptil al que Eva trató de conquistar. Silvidos parselianos zumban en mis oídos huecos, mientras Caín no encuentra jabón con el que lavar la mancha fratricida. El primer entierro no tiene plañideras ni fosa común. Quizá las Páginas Amarillas contengan el teléfono de la Funeraria de los Fisher antediluvianos. Las campanas de Notre Dame carecen de jorobado que las haga repicar, así que tarareo réquiems mozartinos inventados en pentagramas de siete líneas en clave de luna. El clavicordio desafinado se convierte en incordio sin fin y el primer bocado prohibido es el pistoletazo de salida del banquete romano. Las barrigas convertidas en odres de vino de la Toscana descansan en divanes rococós a la espera de un nuevo triunfo imperial por el que brindar después de cazar un gigantesco faisán. Ya no quedan Josefinas que se reinventen a sí mismas y Córcega ya no es la cuna del sueño americano. Habrá que descubrir nuevos mundos para demostrar que la Tierra es un cuadrado encerrado en un universo triangular.

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