Esta maldita y asquerosa ciudad ha encogido lo suficiente como para cruzarme contigo cada vez que me quito el abrigo y enseño el ombligo. Dime que no quieres nada conmigo y podré convencerme de que el destino no tuvo ningún tino al cruzar nuestros caminos libertinos. Dime que sólo quieres ser mi amigo vespertino, peregrino perdido y arrepentido de no apostar en la ruleta del casino lo que no era tuyo sino mío.
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