La ciudad duerme, pero yo no. Despierta miro el reloj y hago recapitulación de la noche en la que tú y yo volvimos a ser dos:
21 h: Una vez más, como siempre en los tres últimos meses, no apareces a la hora convenida.
21:25 h: Llegas tan acelerado como cansado. Perdona, el tráfico estaba imposible. Lo siento, de verdad. No volverá a pasar.
21:26 h: Salimos de casa.
21:27 h: Me abres la puerta del coche.
21:28 h: Me detengo un instante a contemplar la solitaria noche madrileña. En agosto todos huyen de la capital. Yo también quiero huir, pero permanezco esposada a ti.
21:29 h: Entro en tu Golf 1.6 Tdi Cr Advance 90 tras comprobar que el tráfico es imposiblemente inexistente.
21:30 h: ¿A dónde te apetece ir? No sé. ¿A cenar o al cine? Lo que te apetezca más. Me da igual. Escoge tú. A mí también me da igual. Elige tú. ¿Al cine? Casi mejor a cenar. En verano sólo estrenan bodrios hollywoodienses. ¿Y dónde quieres ir a cenar? No sé. Donde más te apetezca. Me da igual, de verdad. Elige tú.
21:31 h: Vuelvo la cabeza hacia la derecha y miro por la ventana. Silencio sepulcral. Aún se puede respirar.
21:32 h: ¿Vamos al Rustika? Odio ese sitio. La comida es demasiado cosmopolita para mí. Mejor vamos a alguna terracita de la plaza Olavide y tomamos alguna ración de algo, que no tengo mucha hambre. Además, podemos ir andando y así no tengo que mover el coche.
21:33 h: Te bajas del coche sin darme tiempo a decirte que vale.
21:34 h: Me bajo del coche.
21:35 h: Cierras el coche, me coges de la mano y caminamos sin decir nada. Silencio sepulcral, pero aún se puede respirar.
21:47 h: Nos sentamos en una terraza de la plaza Olavide.
21:48 h: Llamas al camarero más cercano y le pides una caña, una clara, unas bravas y un plato de queso y jamón serrano. No quiero bravas. Las de este sitio pican demasiado. Tampoco quiero una clara. No tengo mucha sed, así que preferiría una copa de vino. Supongo que da igual, pero tú ni te has molestado en preguntarme qué es lo que me apetecía.
22:13 h: Termino de contarte las últimas novedades semanales de mi vida insustancial. Tú no tienes nada que contar.
22:14 h: Empiezo a planear nuestras vacaciones de navidad. Todo te parece bien. Nada te parece mal. Supongo que, en realidad, todo te da igual.
22:33 h: Miras por vigésima vez tu BlackBerry y yo finjo por vigésima vez que no me doy cuenta de que es con otra con quieres estar. Silencio sepulcral. No tengo nada más que contar. Aún se puede respirar.
22:34 h: Me callo y tú no hablas. Observo a la gente pasar y tú sigues con la mente en otro lugar. Silencio sepulcral. Me empiezo a ahogar.
22:35 h: Por fin me atrevo a preguntar. Ya no puedo fingir más. ¿Quién es ella? ¿Perdona? ¿Es alguien del trabajo?
22:36 h: Por primera vez en los últimos tres meses me miras de verdad, como aquella primera noche que cenamos en el Rustika, cuando con dos copas de vino de más te atreviste a decirme que me querías a rabiar. Silencio sepulcral. Vuelvo a respirar.
22:37: No. No es del trabajo. Es mi nueva vecina. No ha pasado nada. Te lo juro. Pero no puedo sacármela de la cabeza. Se mudó al piso de al lado hace seis meses. Al principio sólo éramos vecinos de hola y adiós, pero un día me dejé las llaves dentro de casa y me vi obligado a llamar a su puerta para que me dejara saltar por su balcón a mi balcón, romper un cristal y poder entrar sin gastarme la pasta que vale un cerrajero.
22:38 h: Sí me acuerdo. Me lo contaste. La chica fue muy maja y te ayudó a saltar y después te dio el teléfono de un amigo suyo cristalero que te hizo el favor de arreglarte gratis el cristal.
22:39 h. Exacto. Lo que no te conté es que para devolverle el favor la invité a cenar un día. Hablamos y hablamos y hablamos hasta que cerraron el restaurante y luego nos tomamos un par de copas en su casa. No pasó nada. Te lo juro. O mejor dicho, sí que pasó algo, pero no fue nada físico. No nos acostamos. Ni siquiera nos besamos, pero algo se removió dentro de mí. Desde entonces quedamos de vez en cuando para cenar o ver una peli. Ella tiene novio, pero vive en Bilbao y sólo se ven los fines de semana. Por eso le gusta quedar de vez en cuando conmigo entre semana. Se siente sola. Vino a Madrid por trabajo y no conoce a mucha gente. Como te digo no ha pasado nada, ni creo que pase, porque ella está muy enamorada de Aitor, pero creo que me he enamorado de ella. No estoy seguro, la verdad. Yo te quiero. Te quiero con locura, pero últimamente es a ella a quien más me apetece ver, a quien le cuento todas mis cosas, con quien más me río y con quien más conecto. No sé si es amor o sólo una gran amistad y si no te lo he dicho antes es porque no quería poner en peligro lo nuestro por algo que no termino de saber qué es.
22:42 h: Silencio sepulcral. Me vuelvo a ahogar.
22:43 h: Empiezo a llorar y tú me intentas consolar. Me juras que me quieres, que siempre me has querido, pero que crees que también te has enamorado de ella. Sé que es una locura, que en teoría no se puede estar enamorado de dos personas a la vez, pero creo que en mi caso es así...
22:44 h: Por primera vez en los últimos tres meses te miro de verdad, como aquella primera noche que cenamos en el Rustika, cuando con tres copas de vino de más me atreví a decirte que te quería devorar. Silencio sepulcral. Vuelvo a respirar y decido que no te quiero querer más. No es por la amenaza de infidelidad, ni por tu autoengaño sin igual. Es porque ya no te puedo mirar sin pensar en dónde estará el chico que no me quiso besar en aquel pub de Tribunal al que acudí para vengar unos cuernos adivinados aún sin confirmar que ahora, tras ser negados por tres veces, sé más reales que imaginados, más disfrutados que arrepentidos, más repetidos que esporádicos y más espirituales que sexuales.
22:47 h: Quizás debamos tomarnos algún tiempo, más que nada para que puedas aclararte y decidir qué es lo que quieres y, sobre todo, a quién quieres. Sí, eso es justo lo que necesito, tiempo para aclarar mis ideas y mis sentimientos, justo eso y nada más.
22:48 h: Sé que todo ha terminado, pero me da igual. No recuerdo nada más. Palabras vaciadas de sentido, frases hechas, promesas que no se piensan cumplir, lágrimas de cocodrilo, tonterías peliculeras, silencio sepulcral y ganas de no volver a respirar.
La ciudad duerme, pero yo no. Despierta miro el reloj. Tú roncas ligeramente a mi lado. Dos semanas te bastaron para decidir que yo era la mujer de tu vida y ella sólo una tontería sin importancia, la necesaria crisis que tiene que atravesar toda pareja para hacerse más fuerte y evolucionar hacia la siguiente fase. Me juraste amor eterno y me pediste que me casara contigo. Te dije que sí y me mudé a tu piso tres días después. Así podrás comprobar que no hay nada entre Natalia y yo, que nunca lo hubo, que fue todo una ilusión de mi calenturienta imaginación.
La ciudad duerme, pero yo no, porque en algún lugar de su enorme inmensidad se encuentra el chico que no me quiso besar, que me dijo que yo era una chica demasiado especial para una noche de sexo y ya está, que me dio su número de teléfono por si algún día le quería llamar para anunciarle que había mandado a la mierda a aquel de quien me quería vengar. Borré su número al llegar a casa, no fuera a ser que alguna vez le quisiera llamar. Ahora ya no le puedo anunciar que me voy a casar con aquel de quien me quería vengar, el mismo que me pone los cuernos con nuestra vecina de al lado mientras yo estoy en el gimnasio, el que me mira de verdad y me miente sin parar y al que yo ya no puedo soportar. No es él. Soy yo. O, mejor dicho, es Él.
La ciudad duerme, pero yo no, porque no sé si el chico que no me quiso besar me conseguirá rescatar de la cama casi nupcial de la que no me atrevo a escapar. Indolente avanza el reloj, acompasado con mi corazón, sediento de un amor que no existe ni existió.
Silencio sepulcral. Dolor descomunal.
2 comentarios:
No hay nada peor que una mirada de verdad acompañada de una mentira.
O sí, quizá hay algo peor: saber que te miran de verdad y te mienten.
[Cada rima se clava como un puñal.]
(Todo fruto del jetlag).
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