Mi hambre es tan infinita como tu sed, tan gigantesca que revienta mi estómago al mismo tiempo que desborda tu garganta. Somos dos diques rotos, abiertos en canal, esperando a que un ingeniero o un médico recompongan las paredes de nuestros muros, pero la ayuda nunca llega y se desparraman nuestras almas entre las briznas de hierba. ¿Yeats o Keats? Siempre te confundes. Si hablamos de las hojas, el irlandés. Si hablamos de todo lo demás, el inglés. Pero yo no soy Fanny y tú sólo toses sangre para acallar los gritos de tu cabeza. Maldito loco. Traga las pastillas y conviértete en mueble o coge la pluma y despluma a los buitres que salivan visualizando el olor de la putrefacción de nuestra carne. Carroña. Sangre. Hambre. Alambres. Alambres de espino que circundan los cuellos de las ovejas y los corderos. Nadie se mueve. Nadie respira. Demasiado miedo a crear una herida. A nosotros no nos importa. Una vez que has reventado sabes que es imposible coser el roto sin perder parte del relleno del muñeco. Y aún así, el juguete sigue cumpliendo su función. A veces es mejor así. Dejar que las entrañas respiren. Permitir que se airee el bazo. Si te mueves con tiento, sólo tendrás arañazos. Si te arrancas el yugo, perderás las manos. Pero los mancos aún caminan. Los tullidos aún respiran. El aire que entra en tus pulmones se evapora al son de los tambores. Martes de Carnaval. Para mí, es la Tercera Guerra Mundial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario