La falta de espacio nos obligó a acercarnos, a respirarnos, a desearnos. Sudaron nuestros labios al entretejerse nuestras lenguas. Se derritió el dolor, pero no triunfó el amor. Fue sólo un instante efímero, un paréntesis que no evitó el cataclismo. Consumido el tiempo que nos tocaba compartir, cada uno siguió su camino, dispuesto a afrontar nuestro divergente destino. Seguramente tendría que haber sido distinto, pero ¿cómo remar en contra de la dirección del viento? A veces, ni los más fuertes lo consiguen. Corazones a la deriva que no encuentran segura orilla, que chocan por azar y se separan por necesidad, que flotan entre los juncos del cañaveral, buscando un pedazo de tierra firme en la que poder atracar. No habrá olvido ni recuerdo, tan sólo adioses y destierro. Somos una prueba más de la oscuridad de estos tiempos, dos pedazos de roca que se desprenden del borde del abismo y caen sin hacer ruido.
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