Vivo en la frontera de Gaza. Una constante sensación de peligro recorre mi espalda. El miedo a que, en tan sólo un instante, mi mundo vuele por los aires. El temor a perderlo todo, a que no quede nada, ni siquiera un puñado de residuos radiactivos. Vivo tratando de ignorar la precariedad del equilibrio que nos sostiene. Confío en que realmente haya alguien que no vemos, velando por nosotros, aunque sé que no es cierto, que nadie cuida a quienes no se cuidan a sí mismos. Por eso tiemblo. Por eso lloro cuando duermo. Gaza ya no es un lugar concreto sobre la Tierra, un territorio caliente perfectamente delimitado, el compendio de todas las guerras que no terminan, por muchos tratados que se firmen. Gaza es algo más. Gaza está en todas partes. Si tú no lo sientes, quizá seas quien pulsa el botón que dispara los misiles. También es posible que seas más convincente que yo misma y que hayas conseguido auto engañarte, convencerte de que son plumas las balas y truenos los estallidos de las bombas. Si es así, te envidio. Siempre he deseado vivir en el País de las Maravillas.
1 comentario:
Magnífico y aterrador. Vivir en el filo; ser invisible.
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