Me perdí en la espesura de una tarde negra y descuidada. Caminé en círculos entre sus hebras de azabache, tratando en vano de encontrar su principio o su final. No sirvió de nada. Me hundí en sus cimientos de alquitrán. Respiré el vapor de su húmedo petróleo. Escuché las oscuras premoniciones de los cuervos y supe que no había motivos para intentar serrar los barrotes de esta cárcel. Cuando me encontraste no era más que un arbusto momificado. Creías que al retirar las vendas me liberarías del sudario que me privaba de vida, pero tropezaste con un reproche clandestino ("¿Por qué tardaste tanto en rescatarme de las zarzas de esta hoguera?") y una súplica agonizante ("Como ya es tarde para despegarme de las llamas, deja que el fuego que llevo dentro termine de convertir mis esperanzas en cenizas"). Sin saber qué responder, te sentaste en el suelo y contemplaste en silencio el ascenso al cielo del humo de mis últimas palabras.
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