Lo he intentado, pero no puedo/quiero exorcizarte de mi mente. La distancia es una trampa que me encadena a tu recuerdo. ¿Y si Hollywood, a veces, dijera la verdad? Pero tienes razón. Sólo la mentira nos mantiene en pie, aunque la verdad nos aceche, inmisericorde, por las noches. Sé de sobra que no debo estar contigo, por más que quiera estarlo. Sabes de sobra que no debes estar conmigo, por más que no puedas dejar de querer estarlo. Todo fue culpa de ese abrazo y de esa noche en que nunca debimos encontrarnos, por más que nos necesitáramos. Puto destino, tan empeñado en confundir nuestros deseos con nuestros miedos. Lloro, como lloraste tú la injusticia de tu sino; pero, aunque jamás me creas, yo nunca te he tenido pena. Siempre supe que sobrevivirías, por muy desamparado que te sientas. Sé que tú nunca lo has creído, pero no importa. Somos lo que somos y no lo que creemos ser. Y, aún así, nos empeñamos en llevar máscaras que sólo engañan a quienes creen que es posible utilizar los ojos para ver aquello que únicamente el corazón puede detectar como esencial (el Principito no morirá realmente hasta que todos ignoremos sus sabias enseñanzas). Descorcha la botella de champán y ahoguemos las heridas en burbujas. Brindemos por tu sonrisa torcida y mi mirada crispada, por los peldaños que rompimos tratando de escalarnos y las redes que nunca fueron capaces de detener nuestra caída, por los cepos que no atraparon a los monstruos, pero sí quebraron nuestros tobillos, por las bestias que viven enjauladas y los animales domésticos que campan a sus anchas, por este día que no acaba y la noche que nunca llegaremos a estrenar, por ti, por mí y por todos los abismos que fagocitarán nuestras esperanzas. No nos engañemos: la mayor parte de las veces los borrachos y los niños nunca dicen la verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario