No voy a mentirte. Fue la decisión correcta. Necesitábamos un culpable y lo encontramos. El Destino sólo existe para que los cobardes no tengamos que asumir la responsabilidad de nuestros actos y omisiones (sobre todo, de nuestras omisiones). Hay problemas que no tienen solución. Tú. Yo. Otros que nadie osa siquiera tratar de resolver. ¿Nosotros? Era duro no tener que desnudarme, pero era más jodido aún compartir todos y cada uno de tus monstruos. El chicle que no llegó nunca a mudar de boca. Las serpientes de tus dedos, enredadas en otras zarzas distintas de las mías. Esa ducha tibia aquella tarde de lluvia. Mi corazón gruyère. El vino de tus lágrimas. Abrázame. Sólo una vez más. Deja que mi tabique torcido se hunda en el lado izquierdo de tu cuello, que respire tu calor, antes de enfrentarme al frío de esta madrugada pegajosa. Aprieta fuerte, hasta dejarme paralítica, incapaz de seguir el rastro que conduce al origen del desastre. Y, luego, abandóname, como se abandonan los sueños de la infancia, como se descartan las posibilidades imposibles de realizar. Dime, ¿cómo se enhebran los reproches que nos hacemos a nosotros mismos?
2 comentarios:
¡Qué hermoso!
Triste y bello. Pero... muy bello.
"Aprieta fuerte, hasta dejarme paralítica, incapaz de seguir el rastro que conduce al origen del desastre. Y, luego, abandóname, como se abandonan los sueños de la infancia, como se descartan las posibilidades imposibles de realizar".
Escribes genial. Por favor continúa compartiendo.
Muchísimas gracias por leerme. Desgraciadamente, ahora mismo no tengo tiempo para pasarme por aquí con la frecuencia que me gustaría; pero se hace lo que se puede ;)
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