Es curioso, pero aún hay días en que creo que podríamos tener alguna posibilidad. Las imágenes cambian de repente, sólo por un instante, y lo que parecía que jamás podría ser se convierte, de pronto, no sólo en factible, sino en lógico y natural; porque lo ilógico y antinatural, más bien absurdo y aberrante, no es eso, sino lo de ahora, por más que tratemos de justificar nuestros errores. La lealtad hacia los demás empieza por uno mismo y tú y yo llevamos demasiado tiempo siendo infieles a nuestras tripas. Me culpo por dejarte marchar, sin darme cuenta de que el origen del desastre se remonta a varios meses antes (puede que 22, para ser más exactos). Creíamos que respetábamos unas barreras que no sólo no eran tales, sino que construimos no tanto para proteger a otros como para aniquilarnos a nosotros mismos. Despreciamos todos aquellos puntos de inflexión que nos brindaron la oportunidad de cambiar el rumbo marcado por nuestras brújulas desimantadas. Preferimos seguir la dirección trazada por una aguja que sabíamos totalmente equivocada, en lugar de tratar de guiarnos por la posición de las estrellas (tú, que sabías los nombres de todas las constelaciones de las que hablan en el Planetario; yo, que nunca he necesitado localizar a la Estrella Polar para saber dónde está mi Norte). Y nos decimos que es demasiado tarde, que ya no podemos hacer nada para cambiar sin destruir a otras personas. Y, sin embargo, basta un leve parpadeo para confundir nuestro abrazo primigenio con cualquiera de los abrazos que aún estaríamos a tiempo de darnos. Maldito imbécil. Estúpida de mí.
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