Me corté el dedo anular con el papel de tu carta más esquiva, agazapada en el rincón más tenebroso de mi bolso, justo al lado de tres tampones súper y dos condones a punto de caducar. El corte fue limpio, a la par que doloroso. Murieron varias de mis células y un hilo de sangre se escapó de mis capilares más superficiales. Chupé la minúscula herida, cerré los ojos e imaginé que era tu saliva la que trataba de desinfectar el escozor causado por la celulosa homicida, pero mi lengua no puede competir con la pericia de la tuya y el espejismo de tus labios aprisionando la yema de mi dedo damnificado se esfumó antes de tiempo, a lomos de la primera ráfaga de viento. Maldigo el papel que me ha hecho sangrar dos veces: una al leerlo y otra al rozarlo. Y, mientras trato de ignorar el dolor causado por ambos ataques, intento adivinar cuándo tendrá lugar su tercer y definitivo intento de asesinato.
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