Hablo de ti. Todo el rato. Pero nunca digo la verdad, porque la verdad ya la destripó Maggie: "Pienso en ti todos los días y no lo sabe nadie". Así que cuento historias, ficciones sin auténtica base real, antifaces para nublar la nitidez de la ausencia. Puntos suspensivos. Muchos puntos suspensivos. Hoy he naufragado en tu orfanato temporal. ¿Estás aquí o ya has descubierto que no hay continente capaz de evitar el desbordamiento de tu pena? Odio los cielos azules, sin asomo de nubes. Puede que me recuerden aquel día de aciaga memoria o que, simplemente, no sea una mujer monocromática. Te imagino de mal humor, contrariado por todo aquello que le sale bien a otras personas, nunca a ti, iracundo por el algodón que Dios no se molestó en sembrar sobre la bóveda celeste que deslumbra tus ojos de asfalto. Tengo miedo, auténtico pavor a no volver a encontrar otro corazón que me resulte tan transparente como el tuyo, pero lo cierto es que siempre hubo notas que no supe descifrar en el pentagrama de tus pestañas. Son esos minúsculos misterios los que me atan a ti, el hilo rojo que no logro cercenar entre mis dientes, el origen de la espuma enrabietada que escupen las comisuras de mis labios. Soy prisionera de un enigma, rehén de todo aquello que durante tanto tiempo nos esforzamos en negar. No estoy aquí por casualidad, pero tú sí. Tú nunca escogiste este lugar, igual que yo nunca elegí tu pecho como almohada. Ambos somos víctimas de los caprichos de los dioses retratados por Homero, pero nos empeñamos en disfrazar de libre albedrío todas las decisiones inducidas que, primero, unieron y, luego, separaron nuestros cuerpos. Y no habrá ferry que preste sus oídos a la confesión de nuestros más recónditos desvelos; pero este mar, primo lejano de aquel otro que fue testigo del preludio del final, este mar lo sabe todo, especialmente aquello que tú y yo nos concentramos en ignorar.
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