Nada acaba. Todo vuelve. A veces, con mucha más fuerza de la que se fue. El parpadeo de un amanecer preñado de posibilidades, el ardor de un mediodía dilatado de hartazgo, el ocaso de un atardecer que se diluye en el infinito. Suturo heridas, sabiendo que el hilo no podrá contener eternamente la sangre que amenaza con desgarrar la carne nuevamente. El amor y el odio golpeando desde dentro. La indecisión siempre titilando entre los labios. Cierro con llave puertas que se abren a la menor ráfaga de viento. El destino me viola de dentro a afuera y, luego, en sentido contrario. Lanzo conjuros que, en lugar de ahuyentarlo, avivan el huracán y, entonces, vuelo, por encima del miedo y el deseo, alto, tan alto que no distingo si hay o no red que proteja mi caída. Ya no hay vértigo, sólo nostalgia de los tiempos de ignorancia, de la paz inherente a la ceguera, de la culpa como coartada de la inacción. Es ésta una convulsión constante que contorsiona mi cuerpo desde la punta de mis pies hasta la última brizna de pelo de mi cabeza, amenazando con guillotinar mi lengua de un bocado, sin destello inicial que premonice su llegada. Y, en medio del ataque, nos veo, todos los futuros abortados, el pasado enquistado en neuronas terminales, este presente ansioso, empeñado en vendernos espejismos, peligros que sólo nacerán si creemos en ellos, trompetas apocalípticas y profecías de cieno. Nada acaba. Todo vuelve. A veces, con mucha más fuerza de la que se fue. La infantil risa que enlaza la carne de los nuevos amantes, el firme abrazo de la luz del faro que nos alumbra en la tormenta, el maduro adiós de quien acepta el final sin tratar de dilatarlo, TÚ.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
sábado, 11 de noviembre de 2023
viernes, 3 de noviembre de 2023
En el filo
El filo del cuchillo es tan auténtico como la sangre que brota de tu garganta. Ambos te asustan: el arma y la vida que se escapa. Niegas la violencia que anida en tus palabras; pero sabes que has matado en existencias anteriores, que podrías volver a hacerlo en ésta, tanto en sentido literal como figurado, porque la destrucción es hermosa y requisito sine qua non para construir algo. La mayor parte del tiempo, tú eres tu propia víctima; pero hay momentos en los que no te bastas y decides devastar a otras personas, incautos cegados por el sol que se oculta tras tus lunas. Pero tú eres noche, negro misterio, tierra de cráteres y océanos de hielo. Y ellos se queman en el glaciar de la distancia constante que media entre sus expectativas y tus necesidades. Tratan de convencerte de que tú eres el problema, pero no es cierto. Tú sólo interpretas los deseos del viento, tu carne erizada por la fuerza del huracán que palpita en el centro de tu universo más secreto. Lo has intentado. Cerrar los ojos y reprimir la náusea. No funciona. El vómito siempre termina derramándose entre tus dientes, salpicándolo todo de ácido. Deja de reprimir la arcada. Sólo la bilis puede redimir el pecado original de los amos del mundo, de los demonios que tratan de controlar tus sentimientos y limitar tus movimientos. Pero tú eres libre a tu pesar, aleteo de mariposa que dinamitará el mundo (que no fueras capaz de salvarlo no implica que estés condenada a perpetuar la derrota de los pobres). Si todos tus dioses se ahogan en vino puedes convertirte en adoradora de la vid o en etílico verso sin dueño. Reclama tu lugar en el sueño, antes de que quien te imaginó despierte. ¿Qué te asusta más? ¿Ser tu propia autora o una más de sus múltiples pesadillas? Te miras al espejo y te das cuenta de que, cuanto más te piensas, menos existes y, al mismo tiempo, confías en que él acabe transmutándote en metáfora perfecta o, mejor aún, en poema inacabado que trascienda todo olvido. Todas tus verdades gravitan en el filo del abismo. Por eso siempre se te ha dado tan bien hacer equilibrismos.
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