El cuerpo manda. Sabe lo que le conviene y lo que no. Se tensa ante la amenaza
de aquello que lo desgarra desde dentro y se ablanda con la proximidad de todo
lo que ansía. El cuerpo tiene razones que la razón no entiende. La carne SABE.
El tacto recuerda. Tu mano se ancla a mi brazo porque ambos se pertenecen desde
tiempos tan pretéritos como inciertos. Mis labios beben el sudor que exuda tu
cuello porque no hay otro líquido capaz de saciar su sed hambrienta. El mundo no
se da cuenta, pero cada vez que te me acercas pierdo e, inmediatamente después,
recupero mi eje. Eres astro y satélite de mi infinito universo de
imposibilidades, agujero negro que fagocita todo aquello en lo que yo creía que
creía. ¿Nunca has soñado con los ojos abiertos? ¿Por qué desconfías de tales
imágenes? LA VERDAD habita en las pupilas, no en el interior de los párpados.
Por eso pestañeamos tanto. Necesitamos desdibujar el cuadro para continuar
navegando en la mentira. Pero el cuerpo tiene razones que la razón no entiende
y, cuando nos grita, atisbamos por un segundo la nitidez de la realidad que
hemos tratado de ocultarnos y ese cristalino espectro nos perseguirá con saña
hasta el día en que, por fin, VIVAMOS.
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