jueves, 4 de febrero de 2010

Linda

Huele a verde y azul y sabe a amarillo limón, pero Linda no es capaz de ubicar los colores adecuadamente. No los siente ni los retiene. Sólo imagina un crisol de ceras color pastel, machacadas por un niño de dos años y reconstruidas por un pintor estancado en la época rosa de Picasso. Ojalá no fuera daltónica. Para eso, casi mejor ser ciega. Los invidentes, al menos, tienen una excusa para no contestar cuando alguien comete la impertinencia de preguntarles su opinión acerca de tal o cual color. Ella sólo puede fingir que sabe de lo que habla, cuando no tiene ni la menor idea. Ojalá pudiera tocar un arco iris e interiorizar sus diversas tonalidades y matices, pero el clima de Armil es seco y mustio. En realidad, ninguno de sus habitantes ha experimentado el milagro de la lluvia. Puede que ése sea el problema. Una densa capa de polvo invisible nubla perennemente la mirada de Linda y ella ve sin ver lo que tiene que ver. Tres gotas serían suficientes para recuperar la nitidez, pero nadie le ha escupido nunca a los ojos.

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