jueves, 3 de noviembre de 2011

Ficción

No verás el fin del mundo. No moriré entre tus brazos. No me perderé entre tus labios ni resucitaré acostada en tu regazo. No me buscarás. Te casarás con la mujer ideal y tendréis cinco hijos que educar y alimentar. Yo me divorciaré del hombre perfecto y buscaré un nuevo puerto al que anclar todos mis desiertos. Contemplaré los fuegos artificiales de tus sueños más carnales. Rojo, azul, verde, amarillo. Poco importa el color. Nada puede maquillar este dolor. El amor es una invención, un cuento chino, una función representada con fruición por un velazqueño bufón. Cae el telón. En un lado de la cortina, tú y yo. Al otro, todo aquello que nos causa horror. Una vida perfecta nunca fue mi ambición. Atarte desnudo a mi colchón se acerca más a mi mayor ensoñación. Pero el destino nos la jugó. Nuestro autor nos separó. Siempre fuimos personajes de ficción que se negaron a leer en voz alta su guión. Unamuno tenía razón. Cierra los ojos. Imagina el triunfo del corazón sobre la razón. Ahora despega los párpados y enfréntate a la más terrible semana de pasión. Corona de espinas. Cruz que se clava en las costillas. La herida canina e incisiva. La sangre fluida e intuitiva. Tu voz deshaciéndose en mis papilas gustativas. Ansiedad imperativa. Instinto suicida. Red que amortigua la caída. Fosa para enterrarme viva. Tus pupilas sin salida. Habrá que inventar otro plan de huida.

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