Todo se derrumbó en aquella sala de espera, aguardando una puerta de embarque, otra más, otra menos. Quizá también él consultara las pantallas de algún aeropuerto en ese mismo momento. O puede que no. ¿Quién sabe? ¿A quién le importa? Es un detalle irrelevante para esta historia, no así para otros relatos conectados. Ocurrió en un instante. Tu debilitado caparazón de tortuga saltó dinamitado por los aires. Ningún hecho externo fue responsable del desastre. La explosión se generó dentro, dejándote desnuda y expuesta ante la idea de que, esta vez, no serás capaz de salvarte a ti misma. Te sentaste al lado del hombre equivocado, buscando la protección de su leve semejanza con el auténtico hombre erróneo. Un robot pingüino hablaba en inglés con los pasajeros que no se cuestionaban su destino. Rezaste erguida y con los ojos abiertos, mientras los altavoces anunciaban un vuelo que te devolvería al agua helada en cuya superficie aún pueden patinar tus sueños. No es el momento. Aún no. No tienes que esforzarte en conseguirlo. Limítate a flotar a la deriva. Es la única forma de que un náufrago sobreviva. Los que se empeñan en luchar, fallecen víctimas del cansancio. También hay niños que hablan idiomas incomprensibles. Curiosamente, son los únicos seres humanos a los que entiendes.
2 comentarios:
No hay idiomas incomprensibles, sólo humanos ignorantes.
El hombre equivocado y el auténtico erróneo, así como el robot pingüino me han hecho ver a Dalí.
¿Dalí? El robot-pingüino, por más surrealista que parezca, es real. Todo lo demás son licencias poéticas, sin ánimo de restar un ápice de corporeidad a la lírica.
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