Somos dos satélites que orbitan en torno al mismo planeta. Nuestras trayectorias se cruzan una y otra vez, sin nunca llegar a tocarse. Eres una imagen borrosa, suspendida en el extremo más occidental de mi ojo izquierdo, y yo una fotografía excesivamente pixelada, que eliminaste por falta de definición. Nos intuimos, sin lograr vernos. Tenemos fe en la existencia del otro, a pesar de la falta de pruebas empíricas que demuestren nuestra corporeidad. Y seguimos girando, acelerando la velocidad de nuestro movimiento traslativo, tratando de modificar las leyes del universo, intentando escapar del corsé al que nos encadena la astronomía, creyendo que aún es posible que se estrellen nuestros cuerpos. Quizá la oscuridad del próximo eclipse pueda finalmente amparar la deseada e improbable colisión.
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