Ya no siento ningún orgullo patrio. Escucho el himno de España como quien oye una sintonía publicitaria. No celebré las Eurocopas. Tampoco fui a Cibeles a brindar por el Mundial. De hecho, me fastidió que la canción de La Habitación Roja dejara de hacer honor a su nombre. Debería aprender alemán o chino o sueco. Cualquier idioma que me facilite una emigración con la que sueño cada noche. Volar como las cigüeñas, pero al revés, huyendo del calor, sumergiéndome en el frío. Escandinavia. Otra vez los de L'Eliana. Quien pueda entender, que entienda. Quien no sepa ver, que lea entre las líneas de las nubes más oscuras. Si no grito, no es por falta de ganas. Es que no tengo suficiente saliva para denunciar todas las mentiras que susurran las esquinas. Rememorando a Unamuno, diría que me duele España, pero España ya sólo existe en los eventos deportivos.
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