Hoy es uno de esos días en los que todo duele, incluso lo que no tiene forma de puñal. Cada vez estás más lejos, a un número indeterminado de kilómetros del suelo. Ya casi no puedes verlos, pero sabes que están ahí, clavando su mirada en el horizonte equivocado. Quieres gritar, decirles todo lo que piensas, pero sabes que no serviría de nada. Son sordos o, peor aún, completamente estúpidos. Flotas, como un globo de helio con forma de dibujo animado, pero no te atreves a cortar el hilo que te une a esta tierra de salvajes. Introduces tu cabeza entre las nubes y tratas de dormir, creyendo firmemente que es posible olvidar el ruido de las ratas que corretean en las cloacas. ¡Insensata! ¿Por qué no temes sus mordiscos? Piensas que sólo las aves pueden hacerte daño. Siento contradecirte, también hay alimañas en el cielo.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
jueves, 29 de enero de 2015
miércoles, 14 de enero de 2015
Aviones (I)
Está pasando, pero tú no te das cuenta. Sin notarlo, aquella noche cambió toda tu existencia. El destino teje una tupida bufanda alrededor de tu cuello. Te miras en el espejo, pero olvidaste las lentillas y no quieres reconocer la miopía. Dices que todo está bien, pero no ves si lo está. Sonríes, ignorante de lo que ocurre, pero ¿qué importa? Aunque lo supieras, no podrías hacer nada por evitarlo. Caminas directa hacia la meta que deseas evitar. Aquella noche. Aquella maldita noche. Alguien debería haberte advertido que las palabras son aviones de papel: una vez lanzadas, resulta casi imposible determinar el alcance de su recorrido. Pero tú doblas los folios, les das la forma adecuada y, luego, los arrojas desde la azotea. ¿Por qué piensas que se estrellarán antes de llegar al suelo? Las bombas caen sobre el asfalto, pero los tuyos son aviones de combate, preparados para esquivar cualquier amenaza a su existencia. Tus palabras vuelan, precipitándote hacia el borde del precipicio. Tus palabras te empujarán a dar el salto y, cuando quieras darte cuenta, ya no tendrás donde agarrarte. Ya está pasando, pero tú no quieres verlo y cierras los ojos y aprietas los labios y tus párpados sangran lágrimas de alabastro.
martes, 13 de enero de 2015
Sus ojos
Sus ojos. No podía pensar en otra cosa. Sus ojos, de arena y miel, la tumba perfecta donde enterrar todos sus miedos y, al mismo tiempo, una peligrosa ciénaga en la que hundirse aceleradamente en los brazos de la muerte. Sus ojos, tan brillantes como oscuros, dorada jaula de ángeles y demonios, chocando, en caótica confusión, contra sus infranqueables barrotes de metal. Sus ojos, pozo de verdades y mentiras, constelación de secretos sin revelar, brújula desimantada que siempre apunta al mar. Sus ojos, tierra abrasada por las últimas llamaradas de la tarde, barro cocido a fuego lento, arcilla cuya forma ya no admite modificación. Sus ojos. No quería pensar en otra cosa.
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