martes, 13 de enero de 2015

Sus ojos

Sus ojos. No podía pensar en otra cosa. Sus ojos, de arena y miel, la tumba perfecta donde enterrar todos sus miedos y, al mismo tiempo, una peligrosa ciénaga en la que hundirse aceleradamente en los brazos de la muerte. Sus ojos, tan brillantes como oscuros, dorada jaula de ángeles y demonios, chocando, en caótica confusión, contra sus infranqueables barrotes de metal. Sus ojos, pozo de verdades y mentiras, constelación de secretos sin revelar, brújula desimantada que siempre apunta al mar. Sus ojos, tierra abrasada por las últimas llamaradas de la tarde, barro cocido a fuego lento, arcilla cuya forma ya no admite modificación. Sus ojos. No quería pensar en otra cosa.
 
 
 


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