Ellos no entienden lo que pasa, este insomnio que se adhiere a la cara interna de los párpados, este deseo sin imagen concreta que dilate los espacios, este avanzar hacia lo desconocido, sin haber siquiera dado un paso. Ella lo intuye, pero se niega a aceptar la explicación, porque sólo hay algo peor que saber que Él no existe y es darse cuenta de que él es Él. Él lo sabe, pero prefiere mirar hacia otro lado, porque no comprende las intenciones de los monstruos que se agitan bajo la superficie, removiendo el fango, enturbiando el agua. Ella sólo quiere cortar el lazo que ahora estrangula sus muñecas, ahorcando venas, desangrando arterias. La noche palpita entre sus sienes. El aire quema en su garganta, obligándola a vomitar secretos cuyo oxígeno ya no nutre sus pulmones. Él se aferra a un tiempo que ha dejado de existir, a un espejismo que se contorsiona en el espejo del cuarto de baño, mientras él se ducha con agua fría. No hay vaho, sólo hielo y gotas que salpican los baldosines sin limpiar. Él trata de convencerse de que el amor no es esto, sino aquello, pero sus lágrimas sólo se secan cuando las derrama entre sus brazos. Ella lo sospecha, por eso los cruza fuertemente sobre el pecho, barrera de cristal que se quebrará cuando él decida traspasarla. El viento ulula entre las ramas de los árboles. La luna contempla orgullosa a sus cachorros. Hace frío y ella se esconde debajo de la cama. Ha oído pasos que, en lugar de acercarse, se alejan. Respira tranquila. La amenaza parece que se extingue en los límites de esta noche sin fronteras, pero todo vuelve. También esto. O quizá no. Él camina, seguro de haber dejado atrás el cataclismo, justo antes de tropezar con el abismo.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
domingo, 20 de diciembre de 2015
domingo, 13 de diciembre de 2015
Capricho 43
Llámame. Necesito ver tu nombre en esta pantalla que se agota por falta de energías para arrastrarse hasta el enchufe. El tiempo corre, pero la vida se detiene. Tu recuerdo es una contractura en el lado izquierdo de mi cuello. El futuro es una fantasía que no nos atrevemos a poner en práctica. La cama cruje. El colchón me escupe hacia una nueva semana que no tengo interés en estrenar. El metro no llega. Dijeron que todo iría mejor, pero los minutos de espera aumentan, desdibujando tu recuerdo en el andén. El adiós es siempre más fuerte que la esperanza de volver a verse. Ven, susurro cada vez que la oscuridad de un túnel engulle otro vagón descarrilado. Si al menos sospecharas la verdad que se esconde en mis mentiras... Todos los latidos de mi pecho rebotan contra un muro incapaz de pronunciar una sílaba de eco. Hay mantras que ni los fantasmas osan murmurar. Tu nombre aprisionado entre mis dientes. La sombra de tus dedos cegando mis ojos. El olvido serpentea sobre el barro, pero ninguna mujer ha logrado nunca aplastar su cabeza contra el suelo. La noche apaga sus colillas contra mi espalda. El insomnio de la razón produce monstruos.
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