Ella sólo quería saber, todo lo bueno, también lo malo, la verdad es lo primero, no importa cuánto duela. La náusea es lo que queda. Y supo todo aquello que pudo conocer, pero su incomprensión creció exponencialmente con cada incógnita que despejaba. La náusea es lo que queda. Abrió las puertas de los sótanos más oscuros, desenterró a los muertos que aún no han alcanzado venganza, conversó con los fantasmas de los que nadie desea hablar, miró cara a cara a los demonios recién exorcizados, pero cada respuesta que obtenía generaba tres preguntas nuevas. La náusea es lo que queda. Interrogó a los sabios más sabios y a los ignorantes más ignorantes, pero ninguno fue capaz de explicar coherentemente el origen y supervivencia del Horror. La náusea es lo que queda. Y el Horror fue creciendo, sin que ella ni nadie pudieran atajarlo, porque no se puede combatir una enfermedad que no se entiende. La náusea es lo que queda. El mal conlleva forzosamente la existencia de su antagonista, pero ¿dónde está el bien cuando se busca? La náusea es lo que queda. Y cuanto más sabía, más quería saber, aún siendo consciente de que la verdad acabaría por roer hasta el último milímetro de sus entrañas. La náusea es lo que queda. Pero el conocimiento envenenaba y curaba a partes iguales, porque, aunque cada respuesta generara tres preguntas nuevas, cada una de esas respuestas cicatrizaba una herida, calmaba el hambre de una tenia, secaba la supuración de un corte infectado de silencios. La náusea es lo que queda. Puede que su sabiduría no fuera suficiente para evitar el avance de la epidemia, pero sí le permitió prever la dirección en la que avanzarían las crueles llamas, sedientas de inocentes. La náusea es lo que queda. ¿Por qué entonces, pudiendo salvarse, no lo hizo? La mayor lucidez es la ceguera, pero algunos ojos no son capaces de cerrar los párpados. Un altar, ninguna vela. La náusea es lo que queda.
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