viernes, 12 de febrero de 2016

(Paréntesis) y puntos suspensivos...

Llueve y tú no estás, pero no importa o, quizá, sí (a veces resulta tan difícil distinguir la diferencia...). Las gotas resbalan por el cristal y sé que parte de mí continúa atrapada en uno de los granos de sal que caían de tus ojos aquella noche de abrazo interminable y congoja compartida (un beso puede ser tan seco y tan húmedo a la vez...). Hay cosas que son porque tienen que ser y otras que no son porque aún no ha llegado el momento de que sean (y algunas que son sin que debieran ser, pero no hace falta que te hable de estas últimas...). Llevo una flecha clavada en el costado; duele, pero, si la saco, me desangro (sería tan hermoso vaciarme de mí misma...). No hace viento, sólo frío (y agua...). Trato de retrasar el impacto cuando tú quieres provocarlo e intento precipitar la colisión cuando decides girar el volante en dirección contraria (como si este accidente pudiera ser planificado...). Sé que hay cosas que no entiendes y otras que no quiero comprender (y, sin embargo, es tan evidente la evidencia...). Cierro los ojos, recuerdo lo que aún no ha pasado, todo lo bueno, también lo malo y sé que no merecerá la pena, que el dolor de tu ausencia lo invadirá todo, hasta el último milímetro de las células que hoy te echan de menos sin haberte tenido nunca (pero mis decisiones no dependen de balanzas...). Aprieto los párpados, tratando de aplastar tu imagen entre mis pestañas, pero tú no tienes forma, sólo alma (tanto aire y tan poca vela...). Llueve y tú no estás, pero no importa el final, sólo el camino que conduce al desenlace (¿y si la masa de los cuerpos no determinara la velocidad de la caída?). Mejor no hablar del día en el que todas estas lágrimas dejen de hacer ruido al estrellarse contra el suelo...

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