Doy consejos que no sigo, hablo idiomas que no escribo y guardo un regalo que nunca me has pedido. A veces duelen los domingos, incluso aunque no llueva y el sol alumbre vigoroso los portales. Tú sabías que yo no huiría y yo comprendí muy tarde que tú no te quedarías. Hay palabras que no digo, límites que siempre olvido y un te quiero agonizante que, tal vez, nunca haya estado vivo. Casi siempre lloro cuando sopla el viento y hace frío, aunque aún no haya llegado el invierno ni la alopecia de los árboles haya tapizado de crujiente amarillo las aceras de las calles. Tú intuías el desastre y yo sospechaba demasiado pronto que hay historias que nunca empiezan, pero que tampoco terminan. Soy todo aquello que imagino, los precipicios que no esquivo, las nubes que no destilo. Nunca grito antes de que el dolor hinque sus dientes, aunque empiece a notar su aliento en mi cogote y mis rodillas tiemblen al vislumbrar las consecuencias de un nuevo zarpazo del destino. Tú cerraste los ojos a la molesta evidencia que alumbraba tus desvelos y yo sellé el túnel que una vez unió tu aliento a mis suspiros.
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