El cuerpo recuerda, sabe, entiende. El cuerpo no engaña, sólo delata, brújula erecta, que siempre apunta al Norte que la razón evita. El cuerpo es huraño, reacio a abrir todas sus compuertas, especialmente aquéllas que conducen a lo más profundo de su auténtico ser, caverna húmeda y oscura, resbaladiza piedra sobre la que no todos pueden transitar. Tus dedos son serpientes que muerden la yema de mi corazón, envenenando mi voluntad, hipnotizando mis labios. Quiero y no quiero seguir aquí, evaporarme como las gotas de lluvia que ahora resbalan sobre el cristal, huir de ti, de mí, de todo aquello que nos hiere y resucita al mismo tiempo. Mi cuerpo me grita todo aquello que mi cerebro no quiere oír. Tu mano quema sobre mi mano. Tus ojos me penetran, incluso cuando miran en otra dirección. Y trato de ahogarme en otra copa de vino, mientras tú secas la sonrisa de tus labios. Que nadie vea, que nadie intuya, que nadie llegue siquiera a sospechar. Aquella tarde no es tan diferente de esta noche, por más que tú y yo seamos ahora bien distintos. La metralla de tu ausencia, el silencio de mi espera, la incomprensión de tus marismas. Si sólo alguna vez nos dejáramos sepultar por los seísmos de la carne...
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
martes, 26 de junio de 2018
sábado, 23 de junio de 2018
Fantasmas (II)
No creo en los fantasmas, pero sí en las noches espectrales, de aliento helado y abrazo mortal. También creo en la pegajosa adherencia de la nada, en la atracción irresistible del abismo y en la cabezota supervivencia de quienes se niegan a dejar, en algún momento, de ser ellos mismos. Y, sin embargo, me resulta tan difícil tener fe en la intermitencia de esta ausencia, tan aparentemente irrevocable... La luna ya no refleja la bestialidad de nuestros sudorosos e impúdicos cuerpos enfebrecidos de deseo. Nuestros demonios despertaron de la anestesia y resucitaron nuestros miedos más atávicos (para decapitar al monstruo de siete cabezas, primero deberíamos ser capaces de extraer la espada de la piedra). Desatamos lentamente todos y cada uno de los lazos que enredaban nuestras venas y, después, permitimos que vientos de signo contrario nos arrastraran en direcciones opuestas, que no lejanas. Estrangulamos nuestros tobillos con anclas que no pudieran ser levadas, evitando así volver a naufragar en la sonámbula unión de dos almas imantadas por la misma estrella fugaz. No, no creo en los fantasmas, porque sé que tú eres carne y no sólo espíritu y que otros me ven, aunque nadie más que tú pueda llegar realmente a adivinarme.
miércoles, 20 de junio de 2018
La distancia adecuada
Sólo quiero que se reduzca algo la distancia. No que vuelvas, pero sí que mi recuerdo, de vez en cuando, se convierta en el martillo que aporrea el yunque de tus sienes, jaqueca inmune a las pastillas, punzada hiriente, grito errante. Y, sin embargo, sé de sobra que no permitirás que un nuevo error de cálculo nuble momentáneamente tu razón, desafiando las leyes que unen y separan nuestros labios, atando y desatando nuestras lenguas, saliva sonámbula, que escuece en las yagas de la boca equivocada. Tus ojos coronados de espinas, mis párpados sedientos de tus lágrimas y, entre medias, mil pequeñas muertes solitarias, deslizándose entre los muslos, completamente desperdiciadas, desorientadas peregrinas, incapaces de recuperar el rumbo que les permita llegar a su verdadero destino. Dime, ¿cómo me encuentro ahora que, definitivamente, te he perdido?
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