Sólo quiero que se reduzca algo la distancia. No que vuelvas, pero sí que mi recuerdo, de vez en cuando, se convierta en el martillo que aporrea el yunque de tus sienes, jaqueca inmune a las pastillas, punzada hiriente, grito errante. Y, sin embargo, sé de sobra que no permitirás que un nuevo error de cálculo nuble momentáneamente tu razón, desafiando las leyes que unen y separan nuestros labios, atando y desatando nuestras lenguas, saliva sonámbula, que escuece en las yagas de la boca equivocada. Tus ojos coronados de espinas, mis párpados sedientos de tus lágrimas y, entre medias, mil pequeñas muertes solitarias, deslizándose entre los muslos, completamente desperdiciadas, desorientadas peregrinas, incapaces de recuperar el rumbo que les permita llegar a su verdadero destino. Dime, ¿cómo me encuentro ahora que, definitivamente, te he perdido?
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