Condensemos el desastre. No dejemos que despliegue sus tentáculos. Un calcetín usado entre los dientes y un amor imposible cepillando con furia las encías. Gotas de sangre salpican nuestros labios. No hay palabras, sólo silencios y mil estalactitas de saliva ahorcadas en el paladar. No te muevas y yo continuaré quieta, perpetuando la distancia que nos une y nos separa. El Apocalipsis tienta tanto como aterra. Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? (no deberíamos permitir que los signos de puntuación tuvieran tanto poder sobre el significado de una frase). Esperamos, pero nadie responde al otro lado de la línea. El Dr. Strangelove debe estar demasiado ocupado copulando con la bomba. Hitler apretó el gatillo que le volaría la cabeza por no poder pulsar el botón que dinamitaría el mundo por dos veces (¿cuándo llegará la tercera?). Me miras. Te miro. Nuestro deseo siempre llevó bozal y correa de 2 cm. Tu lengua barre lentamente tu labio inferior, mientras la mía es guillotinada entre mis dientes. Salvemos los muebles antes de quemar la casa, aconsejó el cerebro. Huyamos, suplicó el corazón. Pero sólo hicimos caso a nuestras tripas.
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