Rota de amor, despellejada viva, palpitante pedazo de carne latiendo entre tus manos. Cuerpo dormido, exhausto de deseo, pacífico cadáver pasajero. Entiérrame en el ataúd de tu caja torácica. Respírame. Tatúa mi olor en tu pituitaria. Luego, escúpeme y amortaja mis restos entre tus sábanas. Detén este nuevo amanecer. Ahorquemos al gallo y a la alondra después. Convirtamos esta habitación en un eterno eclipse de sol (y de luna también). Estoy harta de mendigarte entre la luz, de buscarte tras la niebla del día devastador. Arde tu aliento en mis senos, hierve tu sudor en mi piel, escuece tu saliva en las grietas de mis labios. Y te escribo para recordarte cuando pierda la razón. Y te lloro al darme cuenta de que hace tiempo que dejaste de existir. Y te invento, ahora que tu espectro se desdibuja entre mis dedos. El pasado es un tumor maligno obturando la garganta y yo el doctor que decide no operar.
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