Anochece antes, pero el frío no termina de llegar. Las hojas caen sin haber mutado de color. Yo te espero como antes, como siempre, como si el mundo y nosotros no fuéramos bien distintos a esos dos estúpidos que se miraban, hambrientos, bajo la lluvia, bebiendo vino para ahogar el deseo o, quizá, simplemente, para tener una excusa que permitiera liberarlo sin remordimientos. Nada ocurrió. No me arrepiento. Ninguno de los dos estaba preparado para esto. Últimamente hablo demasiado. Me derramo en los oídos del primer extraño dispuesto a tratar de adivinarme. Les doy todos los puntos, pero no sabrían unirlos por más que lo intentaran. Mi corazón continúa atrapado en el laberinto de tu recuerdo, olfateando migas de pan que puedan conducirlo hasta tu encuentro. La luna llena ilumina los senderos del olvido, pero yo prefiero adentrarme en la oscuridad, amortajarme en el alquitrán de tu silencio, ése que yo provoqué en un impulso genocida, cuando la vida se expandía en contra de nuestra soberbia voluntad. Ahora centenares de desconocidos fallecen cada día a nuestro alrededor sin que nadie crea en ellos, pues no podemos verlos, ni olerlos, ni tocarlos. Sólo podemos imaginarlos y cruzar los dedos para no tener que acompañarlos antes de tiempo. ¿Sus fantasmas también te provocan pesadillas o sólo yo me despierto cuando entrechocan sus clavículas? Dime que aún hay tiempo para que todos hagamos lo correcto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario