La luna se refleja en tu rostro.
Los grillos constituyen la banda sonora perfecta de un momento mágico que jamás se repetirá.
Inclinas ligeramente la cabeza y te aproximas lentamente hacia mí.
El tiempo se detiene, los segundos se alargan, mientras deseo que pase lo que nunca ha pasado y que no suceda lo que debería suceder.
Tus labios rozan ligeramente los míos.
Mi corazón se acelera, tratando de huir de la cárcel de mi pecho.
Y mientras nuestras bocas se unen y nuestras lenguas se buscan ansiosamente, sólo puedo pensar en que mañana no estarás.
Y quiero levantarme y echar a correr antes de que sea demasiado tarde, antes de quedarme atrapada en tus caricias, antes de que sea incapaz de olvidar cómo se vive sin ti, antes de que nunca te olvide, antes de amarte para siempre.
Pero el hechizo lunar hace su efecto y consigue anular mi voluntad.
La razón cede ante el empuje de la sinrazón y cuando quiero darme cuenta es demasiado tarde.
Y me culpo a mí por no huir cuando todavía existía la posibilidad.
Y te culpo a ti por acercarte demasiado tarde y por alejarte demasiado pronto.
Y cuando te despides, a duras penas logro contener las lágrimas.
El nudo en mi garganta amenaza con explotar.
Y el llanto fluye por mis mejillas justo cuando te das la vuelta para marcharte hacia esa otra vida que te espera, aquélla de la que yo no formaré parte, aquélla que no me corresponde.
Y contemplo la luna llena.
Y le pido consejo a Selene.
Pero ella calla y no responde.
El silencio envuelve la noche.
El viento refresca mi húmeda cara.
Me gustaría aprender a volar, alejarme del suelo, perderme en el cielo.
Pero mis pies hace tiempo que echaron raíces.
Seguiré soñando con lo imposible.
Seguiré buscando lo inalcanzable.
Continuaré asida a tu recuerdo.
¿Acaso importa?
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