Hay personas a las que les encanta su trabajo y a las que admiro profundamente por ello.
También hay personas que odian su trabajo y que no tienen ningún tipo de inconveniente en reconocerlo abiertamente y a las que también admiro por su sinceridad y honestidad.
Y luego están aquéllos que te venden la moto de que su trabajo es maravilloso, el mejor del mundo, que se pasan el día hablando de lo que hacen y de lo mucho que disfrutan haciéndolo...hasta que cambian de curro. Entonces se produce la gran metamorfosis: lo que antes adoraban ahora se convierte en el peor trabajo del mundo, el más aburrido, con un sueldo paupérrimo, una organización pésima y gran explotación laboral de los trabajadores por parte de sus jefes. Afortunadamente, ellos han sido listos y, gracias a su gran valía personal, han encontrado rápidamente un trabajo que sí que merece la pena, que es maravilloso, el mejor del mundo...hasta que otra vez vuelvan a cambiar de curro. Desgraciadamente este tipo de personas son las más abundantes y las que me sacan de quicio. ¿Cuánto tiempo habré perdido oyendo las alabanzas de un trabajo que varios meses después era denostado por la misma persona? No me gusta que me vendan motos que no corren. Es más, no me gusta hablar de trabajo o, al menos, no me gusta hablar del mío.
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