lunes, 22 de marzo de 2010

Ania

Ania trajo la nieve y el frío y Armil se coloreó de blanco y se transformó en un congelador. Nadie entendió nunca la drástica y abisal bajada de temperatura, pero los muertos vivientes destemplan el ambiente y hacen llorar al cielo. Encogida junto al radiador de su cuarto, Ania trata con todas sus fuerzas de entrar en calor, pero un hielo prehistórico corre por sus venas y se le escapa por debajo de las uñas. Toda la ciudad protesta airadamente contra las inclemencias meteorológicas y añora los días en que una sempiterna sequía dominaba sus calles y se colaba en sus hogares. Afortunadamente, ninguno de sus habitantes sospecha mínimamente quién es la culpable de este perenne invierno. Ninguno, excepto Linda, que ahora lo ve todo del mismo gris que la piel de Ania y que comienza a asociar la llegada de la cetrina chica de ojos verdes con el advenimiento del clima polar. Y se debate entre acusarla y contemplar cómo la queman en una hoguera improvisada en medio de la Plaza Mayor o ayudarla a descongelarse a sí misma y a resucitar su alma escarchada.

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