Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
miércoles, 11 de enero de 2012
Agujeros negros (I)
Sé que es difícil de explicar. El vacío. La nada. El agujero negro que amenaza devorar toda mi existencia. Trato de huir de él, pero me atrae demasiado. Nunca se me dio bien la física. Sólo la química me resultaba comprensible. Me habría gustado entender la Ley de la Gravitación Universal, el Big Bang y la Teoría de la Relatividad, pero puede que la única forma de hacerlo sea experimentar tan incomprensibles fenómenos. Durante un tiempo gravité en torno a la idea de un futuro mejor. Traté de creerme sus anuncios de los años 60 y soñé con convertirme en el ama de casa perfecta. Sería sencillo. No tendría que volver a pensar, sólo lavar la ropa, planchar y alimentar a una prole sin principio ni final. Entonces apareciste tú y me estrellé contra el suelo, se hicieron añicos mis sueños de cristal, mis ilusiones de barro sin enfriar. Tú no eras el padre de mis hijos, ni mi marido ideal y, sin embargo, no me podía despegar las ganas de desnudarte y empezarte a follar. No tardé mucho en rendirme. Una noche de luna llena me abracé a mis instintos más básicos, estalló un nuevo Big Bang, se derritió la era glacial. De esa gran explosión surgió un nuevo universo en el que tú y yo podíamos estar juntos sin poder estarlo. Todo es relativo. Nada es absoluto. El amor nació en mitad del sexo y lo que una vez funcionó se jodió sin remisión. Me asusté ante la perspectiva de compartir mi vida con un poeta suicida. Tus versos me desgarraban las entrañas y tus besos me abrasaban el alma. Incandescente traté de vivir entre los mortales, pero todo el que se me acercaba moría carbonizado en menos de dos segundos. Podía haber renunciado al mundo, pero opté por renunciar a ti. Me sumergí en oxígeno líquido, apagué todos mis fuegos y respiré profundamente. Uno. Dos. Tres. Caminé. Me ahogué. Respiré. Deseché el oxígeno y me quedé con el dióxido de carbono. Me convertí en planta, en vegetal, dejé de ser animal. Pero no era una flor de invernadero, sino un cactus lleno de espinas, repelente de cualquier contacto o aproximación amistosa. Eché raíces bajo el sol del desierto de Colorado. Vi pasar los años. Contemplé el nacimiento del agujero negro. Comencé a sumergirme en él. Después me asusté y traté de huir. Me alejé un par de metros y seguí observándolo nacer, crecer, reproducirse, pero nunca fallecer. ¿Estás dentro de la nada? ¿Si me zambullo en él te encontraré? Y qué más da. Ya no tengo mucho que perder. Adiós mundo cruel. Esta vez no retrocederé. Simplemente desapareceré. Nunca más existiré. C'est la vie, mon amie.
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